Y, hoy, en el calor
de este verano, al abrir el correo, me he encontrado un texto tan extraordinario que,
por diferente y apasionante, no puedo por menos que presentar, en un amplio resumen, sin comentarios, también
como un regalo, para todos mis amigos, y que está a continuación.
El
tesoro y la perla son dos símbolos con un mismo e idéntico mensaje, pero con matices
significativos. Una diferencia es que, en un caso, el encuentro es fortuito. Y
en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Otra es que en la primera se
identifica el Reino con el tesoro, pero en la segunda se identifica con el
comerciante que busca. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre.
Los dos se arriesgan a deshacerse de todo lo demás.
La parábola no juzga la
moralidad de las acciones narradas. En efecto,
tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo
tanto injusta. Los dos se aprovechan de unos conocimientos privilegiados para
engañar. No actúan por desprendimiento sino por egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir otros mayores. No es su objetivo vivir de otra manera,
sino conseguir una vida material mejor. Da un ejemplo material, pero en el
orden espiritual las cosas no funcionan así.
En
estas comparaciones vemos claro cómo no todo lo que dicen es aprovechable.
Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no
puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado. El mensaje es muy concreto.
El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que
tiene y compra”. Sería sencillamente una locura. Si vende todo lo que tiene
para comprar la perla, ¿Qué comería al día siguiente? ¿Dónde viviría? Esa
imposibilidad radical en el orden material es precisamente lo que nos hace
saltar a otro orden, en el que sí es posible.
Hay dos matices
interesantes. El primero es el abismo que existe entre lo que tienen y lo que
descubren. El segundo es la alegría que les produce el hallazgo. Yo la haría
todavía más simple: Un campesino pobre, que solo tiene un pequeño campo, en el
que cava cada vez más hondo, un día encuentra un tesoro. O un comerciante de
perlas que un día descubre entre las que tiene almacenadas, una de inmenso
valor. Evitaríamos así poner el énfasis en la venta de lo que tiene, que solo pretende
indicar el valor de lo encontrado. Se trata de un minucioso cálculo, que los
lleva a la suprema ganancia.
No
damos un paso en nuestra vida espiritual porque no hemos encontrado el tesoro que
ya somos. Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad
auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada vamos a conseguir
si previamente no descubrimos lo que somos. Nuestra principal tarea será tomar
conciencia de esa Realidad. Si la descubrimos, prácticamente está todo hecho. La parábola al revés no funciona. El vender
todo lo que tienes, antes de descubrir el tesoro (que es lo que siempre se nos
ha propuesto) no es garantía ninguna de éxito.
Un ancestral relato nos ayudará: cuando los dioses crearon al hombre, pusieron
en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y
decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían
esconder ese tesoro. Uno dijo: pongámoslo en la cima de la montaña más alta.
Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con él. Otro dijo: lo
pondremos en lo más hondo del océano. Alguien respondió: No, que terminará
bajando y la descubrirá. Al fin dijo uno: ¡Ya sé dónde lo pondremos! La colocaremos
en su corazón. Allí nunca lo buscará.
Hemos de aclarar que el
tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todos los santos padres.
Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Éste es el principal dogma
cristiano. “Yo y el Padre somos uno”. Tampoco
Jesús no pide más
perfección sino más confianza, más alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que
produce felicidad en ti y en los demás. Solamente es negativa la alegría que se
consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento,
en ti o en otro, no puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no
esfuerzo. Sin esfuerzo no puede haber progreso en humanidad, pero ese esfuerzo
tiene que sumirme en la alegría de ser más. Lo que el evangelio valora no es la
renuncia. Lo que me tiene que hacer feliz, es descubrir la plenitud que soy.
El tesoro es el mismo Dios presente en cada
uno de nosotros. Es la verdadera Realidad que soy, y que son todas los demás.
Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. En cuanto las religiones olvidan esto, se
convierten en ideologías esclavizantes. El tesoro, la perla no
representan grandes valores, sino una realidad que está más allá de toda
valoración. El que encuentra la perla
preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor,
sino que potencian el valor de todo. Presentar a Dios como contrario a otros
valores, es hacerle un ídolo.
Vivimos
en una sociedad que funciona a base de trampas. Si fuésemos capaces de llamar a
las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos
dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos
dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿qué caso haríamos a sus
propuestas? En cambio, si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de
que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los
valores supremos, nuestra sociedad quedaría purificada. Por desgracia los intereses
materiales son lo que mueven nuestra sociedad.
Tener
claro que soy el tesoro supremo, la perla más valiosa me permite valorar lo que
de verdad soy sin límites. No se trata de despreciar el resto sino de tener
claro lo que vale de veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los
demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de
las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre el bien y el mal.
Esta postura es radicalmente equivocada. Lo que debemos aclarar es cuales son
las prioridades, en los valores. Debemos
tener claro dónde está el valor supremo y que valores son relativos o falsos.
Nota: Divina humanidad, ¡Atrévete!, Lo que nos queda
de Dios, y algunos otros libros de Fray Marcos Rodríguez se pueden encontrar en
https://www.feadulta.com/es/
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