En los
tiempos convulsos y los de ahora lo son mucho, las gentes, especialmente las
que tienen años, los viejos, vinimos y sufrimos la realidad como apasionados y sorprendidos
espectadores de una película de suspense y terror que, aunque lo ansiamos,
parece no tener final.
Y, en
España, hoy, el doctor Sánchez es el protagonista, el héroe, en una cinta que
relata, con inmenso realismo, la increíble epopeya que es recorrer el camino,
él lo puede todo, para llegar a ser no ya El Profeta sino el mismo Dios.
Es
evidente que el doctor Sánchez, en muy pocos años, ha desarrollado una una inmensa capacidad de liderazgo y, con sus
acciones, muchas arriesgadísimas y ahora,
parece fuera de los límites de las leyes y de la Constitución, se ha ganado, por una parte la admiración, el
afecto y la voluntad ciega , casi religiosa, de una gran cantidad de españoles
que dan por buena cualquiera de las decisiones que pueda adoptar; y, al mismo
tiempo, el rechazo, también casi religioso, de otra gran cantidad de compatriotas
que ven saltar por los aires el marco de convivencia y su sustitución por otro
del todo indeseado y que, sin saber todavía cómo hacerlo, están dispuestos a
evitarlo.
Sí, el doctor
Sánchez, en la película que estamos viendo, se ha convertido en un gran líder, en
el único líder de un proyecto personal y político que no tiene límites, que sólo
es suyo y en el que no cabe nadie que pueda discutirlo. Sus seguidores son suyos
y le siguen como siguen los perros al jefe de la manada. Pero, todo tiene un pero,
su proyecto, porque solo es suyo, si él desaparece, se quedará en nada. Y sus adversarios,
hoy por hoy, aunque lo buscan, no saben todavía quién puede salvarlos de quien
parece un inmenso y peligroso perro, suelto y sin amo, contagiado de rabia.
Y, cuando
pienso en esto, me viene a la memoria un hecho de mi infancia: un perro, un pastor alemán, alto, buen ladrador y guapo, no
consigo recordar su nombre, muy
tranquilo, un buen perro, muy querido por su amo y por todos los niños, y al que cuando venía, lo hacía con frecuencia, a nuestra casa a visitar a nuestros perros, siempre
recibíamos con alegría; hasta que un día, lo recuerdo bien, escuché a mi madre diciendo a mi padre que el vecino
había matado a su perro y la respuesta de mi padre me dejó helado: -pues claro María,
el perro tenía la rabia. Y, ¡qué cosas!, hasta hoy, han pasado más de setenta
años, la rabia y la muerte de este buen perro la he tenido en el olvido.
Pues
bien, volviendo a la película, el final del terror que, con el doctor Sánchez de
protagonista, estamos viendo, se me ocurre, no lo deseo, puede muy bien ser el
del buen perro al que su dueño, queriéndolo
mucho, tuvo que matar porque tenía la rabia…y no pasó nada.
Nota: la
imagen que ilustra esta entrada está tomada de Mi Casa Revista, en Internet
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