jueves, 25 de septiembre de 2025

1207. COSAS DE VIEJO: DE LA CONCIENCIA, DIVAGACIONES

 

Hace algunas semanas, en un evento social, tuve ocasión de escuchar a una persona, en principio culta y sin duda muy rígida en su pensamiento, asegurar que la Ley Natural, grabada por Dios en el corazón de los hombres, era la única y suprema norma para garantizar el progreso del ser humano y, como tal todos estamos obligados a obedecerla.

Y, aunque la forma y el fondo con que esa persona usó su visión de la Ley Natural para tratar de imponer sus  ideas, algunas de las cuales me parecieron simples locuras, casi me llenaron de ira y me incitaron a protestar, para no alterar el hasta aquel momento muy agradable acto, guardé silencio y guardé lo escuchado en el olvido.

Por otro lado, una noche de la semana pasada, en el inquieto  insomnio que me produjo una nueva e inesperada gotera, tuve la extraña experiencia de escuchar la voz de la conciencia; sí, repito, la voz de la conciencia.  

Ante mi asombro, hablando bajo, casi un susurro, pero muy claro, desde lo más profundo de mis entrañas, mí conciencia, ¡era ella!, me instaba con urgencia a hacer algo que por unas u otras razones había dejado en el olvido, y que debía terminar antes de que fuera demasiado tarde.

Está claro, ¡tienes razón!, me dije. Y hoy, con cierta tranquilidad, estoy cerca de terminar lo que la conciencia me había ordenado.

Y, ahora, en esta mañana tan luminosa del septiembre madrileño, ambos hechos, lo escuchado en el acto social sobre la Ley Natural y de la voz de mi conciencia, por alguna razón que desconozco, se han unido a mis propias experiencias en la vida, a lo poco que recuerdo sobre el Derecho Natural, el iusnaturalismo y el positivismo, que estudié en el primer curso de la carrera, y a las teorías que el profesor Haidt presenta en su libro La mente de los justos, necesito expresar algunas de las ideas que me han alterado mi corazón, enturbiado mi pensamiento y perturbado la paz en mi alma.

Siempre, desde que tengo uso de razón, he sabido distinguir el Bien del Mal, y he tenido muy claro que mi obligación, era elegir el bien y, a lo peor, el mal menor. En consecuencia, cuando supe de ella, acepté de buen grado y para toda la vida, la Ley Natural y la existencia de la conciencia.

Sin embargo, cuando he llegado a viejo y he vuelto a plantearme los grandes misterios de la existencia humana, Dios, la Vida, la Transcendencia, la Libertad, la Religión, o el Amor, que normalmente resuelves, aceptas y olvidas en la juventud, una u otra vez, mi mente se ha llenado de dudas.

Hoy no se si lo que alimenta, lo que hay, en mi conciencia es fruto de la Ley Natural o es fruto de las enseñanzas,  firmes y seguras de mis padres y de mis educadores, que sembraron en mi mente los Diez Mandamientos, los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, los Pecados Capitales, las Virtudes Teologales, las Bienaventuranzas, o el cuidar a los niños, hacer los deberes, no mentir, no insultar, no maltratar, respetar a las mujeres, dar limosna a los pobres,  o comer como es debido, es decir, cumplir las normas de convivencia, urbanidad, propias de mi entorno familiar y social,

Y, tampoco sé si mi distinción del Bien y el Mal viene dada porque el Bien tiene, según me dijeron, sus recompensas: ser bueno y tener la conciencia tranquila o ir, después de la muerte, al Cielo; o ser malo y tener castigos: comer en la cocina, quedarte sin postre, padecer remordimientos, ir a la cárcel, ir al purgatorio o, en el peor de los casos, ir al infierno.

Incluso, para incrementar mis muchas dudas, pensando en las consecuencias de elegir libremente hacer el bien el bien o el mal, resulta que lo que en un momento puede ser un gran bien acarrea, pasado un tiempo, grandes males, por ejemplo, en el extremo, salvar la vida a alguien que fue luego un gran asesino; o grandes males, matar a otro alguien que, de seguir vivo, hubiera causado un holocausto. Es decir, al final, todos los seres humanos somos y existimos como  fruto  de la suma imprescindible de todo el bien y de todo el mal.  

Pero, volviendo al tema de la conciencia: las investigaciones de notables psicólogos de nuestro tiempo, al analizar la inteligencia, han descubierto que esta no es una, ni es homogénea en su contenido, ni en sus grados, ¡se puede medir!, ni tampoco lo es en su distribución en las personas. Hay, entre otras muchas inteligencias, la verbal, la inteligencia espacial, la inteligencia artística, la inteligencia abstracta, inteligencia práctica, inteligencia emocional e inteligencia ética, con el añadido actual de la Inteligencia artificial. Y, mira por dónde, resulta que una persona puede tener, en distintos grados, o no tener en absoluto, alguna de esas inteligencias, y, en el caso concreto de la inteligencia ética; eso de saber distinguir  y elegir entre el bien del mal, sería la conciencia, que solo la tiene una parte, alrededor del 15 %, del conjunto de la población, el resto hace el bien o el mal, da lo mismo, en función de lo que a cada uno agrade o interese en cada momento, con el solo límite del precio, en premio o castigo, que haya de pagar por su elección.

En resumen, la conciencia existe, pero es escasa y, aunque pueda ser Ley, solo es natural para unos pocos, para el resto de los hombres cumplir  lo que en una cultura es bueno o malo, el sacrificio ritual de seres humanos, tener varias mujeres o venerar a los ancianos, es mera imposición, mediante premio o castigo, de la minoría que tiene conciencia o de gentes que, sin tenerla, posee la fuerza para conseguir que los demás hagamos  lo que en cada momento convenga.

Ahora una pregunta: ¿tengo yo conciencia? La verdad es que no lo sé, aunque haya escuchado su voz, ¡solo una vez en mi vida!, y distingo entre el  bien y el mal, entre lo que yo pienso que es el bien y el mal, puede ser porque está grabado en mi corazón como Ley Natural o que lo haya aprendido de mis padres y de mi sociedad antes de tener uso de razón.

Y, para terminar, otras varias, terribles dudas: ¿Fueron malos o buenos los destructores del Imperio español? ¿Son buenos o malos el presidente Trump o el doctor Sánchez? ¿Soy bueno yo cuando distingo entre hombres buenos y malos?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha parecido muy interesante y hay que leerlo despacio y reflexionar sobre ello. Blanca

Anónimo dijo...

Me ha llamado la atención que solo un 15% del conjunto de la población tenemos (claro, me incluyo) conciencia.
Mariano

Anónimo dijo...

Tengo que parar y pensar un rato para integrar tan interesantes reflexiones.