Hace algunas semanas, en un evento social, tuve ocasión de escuchar a una persona, en principio culta y sin duda muy rígida en su pensamiento, asegurar que la Ley Natural, grabada por Dios en el corazón de los hombres, era la única y suprema norma para garantizar el progreso del ser humano y, como tal todos estamos obligados a obedecerla.
Y, aunque la forma y el fondo con que
esa persona usó su visión de la Ley Natural para tratar de imponer sus ideas, algunas de las cuales me parecieron
simples locuras, casi me llenaron de ira y me incitaron a protestar, para no
alterar el hasta aquel momento muy agradable acto, guardé silencio y guardé lo
escuchado en el olvido.
Por otro lado, una noche de la semana
pasada, en el inquieto insomnio que me
produjo una nueva e inesperada gotera, tuve la extraña experiencia de escuchar la
voz de la conciencia; sí, repito, la voz de la conciencia.
Ante mi asombro, hablando bajo, casi un
susurro, pero muy claro, desde lo más profundo de mis entrañas, mí conciencia,
¡era ella!, me instaba con urgencia a hacer algo que por unas u otras razones
había dejado en el olvido, y que debía terminar antes de que fuera demasiado
tarde.
Está claro, ¡tienes razón!, me dije. Y
hoy, con cierta tranquilidad, estoy cerca de terminar lo que la conciencia me
había ordenado.
Y, ahora, en esta mañana tan luminosa
del septiembre madrileño, ambos hechos, lo escuchado en el acto social sobre la
Ley Natural y de la voz de mi conciencia, por alguna razón que desconozco, se
han unido a mis propias experiencias en la vida, a lo poco que recuerdo sobre
el Derecho Natural, el iusnaturalismo y el positivismo, que estudié en el
primer curso de la carrera, y a las teorías que el profesor Haidt presenta en
su libro La mente de los justos, necesito expresar algunas de las ideas que me
han alterado mi corazón, enturbiado mi pensamiento y perturbado la paz en mi
alma.
Siempre, desde que tengo uso de razón,
he sabido distinguir el Bien del Mal, y he tenido muy claro que mi
obligación, era elegir el bien y, a lo peor, el mal menor. En consecuencia,
cuando supe de ella, acepté de buen grado y para toda la vida, la Ley Natural y
la existencia de la conciencia.
Sin embargo, cuando he llegado a viejo y
he vuelto a plantearme los grandes misterios de la existencia humana,
Dios, la Vida, la Transcendencia, la Libertad, la Religión, o el Amor, que normalmente
resuelves, aceptas y olvidas en la juventud, una u otra vez, mi mente se ha
llenado de dudas.
Hoy no se si lo que alimenta, lo que
hay, en mi conciencia es fruto de la Ley Natural o es fruto de las enseñanzas, firmes y seguras de mis padres y de mis
educadores, que sembraron en mi mente los Diez Mandamientos, los Mandamientos
de la Santa Madre Iglesia, los Pecados Capitales, las Virtudes Teologales, las
Bienaventuranzas, o el cuidar a los niños, hacer los deberes, no mentir, no insultar,
no maltratar, respetar a las mujeres, dar limosna a los pobres, o comer como es debido, es decir, cumplir las
normas de convivencia, urbanidad, propias de mi entorno familiar y social,
Y, tampoco sé si mi distinción del Bien
y el Mal viene dada porque el Bien tiene, según me dijeron, sus recompensas:
ser bueno y tener la conciencia tranquila o ir, después de la muerte, al Cielo;
o ser malo y tener castigos: comer en la cocina, quedarte sin postre, padecer
remordimientos, ir a la cárcel, ir al purgatorio o, en el peor de los casos, ir
al infierno.
Incluso, para incrementar mis muchas
dudas, pensando en las consecuencias de elegir libremente hacer el bien el
bien o el mal, resulta que lo que en un momento puede ser un gran bien acarrea,
pasado un tiempo, grandes males, por ejemplo, en el extremo, salvar la vida a
alguien que fue luego un gran asesino; o grandes males, matar a otro alguien
que, de seguir vivo, hubiera causado un holocausto. Es decir, al final, todos
los seres humanos somos y existimos como
fruto de la suma imprescindible
de todo el bien y de todo el mal.
Pero, volviendo al tema de la
conciencia: las investigaciones de notables psicólogos de nuestro tiempo, al
analizar la inteligencia, han descubierto que esta no es una, ni es homogénea
en su contenido, ni en sus grados, ¡se puede medir!, ni tampoco lo es en su
distribución en las personas. Hay, entre otras muchas inteligencias, la verbal,
la inteligencia espacial, la inteligencia artística, la inteligencia abstracta,
inteligencia práctica, inteligencia emocional e inteligencia ética, con el
añadido actual de la Inteligencia artificial. Y, mira por dónde, resulta que
una persona puede tener, en distintos grados, o no tener en absoluto, alguna de
esas inteligencias, y, en el caso concreto de la inteligencia ética; eso de saber
distinguir y elegir entre el bien del
mal, sería la conciencia, que solo la tiene una parte, alrededor del 15 %, del
conjunto de la población, el resto hace el bien o el mal, da lo mismo, en
función de lo que a cada uno agrade o interese en cada momento, con el solo
límite del precio, en premio o castigo, que haya de pagar por su elección.
En resumen, la conciencia existe, pero
es escasa y, aunque pueda ser Ley, solo es natural para unos pocos, para el
resto de los hombres cumplir lo que en
una cultura es bueno o malo, el sacrificio ritual de seres humanos, tener
varias mujeres o venerar a los ancianos, es mera imposición, mediante premio o
castigo, de la minoría que tiene conciencia o de gentes que, sin tenerla, posee
la fuerza para conseguir que los demás hagamos lo que en cada momento convenga.
Ahora una pregunta: ¿tengo yo
conciencia? La verdad es que no lo sé, aunque haya escuchado su voz, ¡solo una
vez en mi vida!, y distingo entre el bien y el mal, entre lo que yo pienso que es
el bien y el mal, puede ser porque está grabado en mi corazón como Ley Natural o
que lo haya aprendido de mis padres y de mi sociedad antes de tener uso de
razón.
Y, para terminar, otras varias,
terribles dudas: ¿Fueron malos o buenos los destructores del Imperio español?
¿Son buenos o malos el presidente Trump o el doctor Sánchez? ¿Soy bueno yo cuando
distingo entre hombres buenos y malos?
3 comentarios:
Me ha parecido muy interesante y hay que leerlo despacio y reflexionar sobre ello. Blanca
Me ha llamado la atención que solo un 15% del conjunto de la población tenemos (claro, me incluyo) conciencia.
Mariano
Tengo que parar y pensar un rato para integrar tan interesantes reflexiones.
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