Porque es un día
importante, porque es Domingo de Ramos, estoy en la iglesia del pueblo, nunca
venimos a esta iglesia, siempre voy con papá y mamá a la del Rosario, pero me
ha dicho papá que hoy hemos venido los dos solos porque tu hermana todavía
es pequeña, mamá está cansada y la misa de hoy es muy larga, es Misa Cantada.
Me gusta ver la nube y el
olor del incienso. Hace un poco de frio, pero soy casi mayor y no me quejo. Me
gusta estar de pie, al lado de mi papá, ayudándole, con las dos manos, a sujetar
la palma; es muy bonita la palma, es muy alta y es amarilla.
Ahora estamos fuera, en
la puerta de la iglesia, hace mucho sol y no hace frio, hay mucho ruido y mucha
gente, pero no me da miedo, estoy agarrado a la mano de mi papá.
Un señor se acerca y dice
algo a mi papá, él levanta la cabeza y habla con alguien, tengo que ver a
un enfermo, lleve al niño a casa y luego, José Luis hijo, me
tengo que ir a ver a un enfermo, te vas con este señor, él te
llevará a casa y, sin más, me suelta
la mano, me toma por los hombros, me besa en la cara, me dice algo y se marcha.
Estoy llorando, llorando
de miedo, llorando mucho, sin consuelo, aunque hay mucha gente no conozco a
nadie y estoy solo. Una señora, vestida de negro se agacha, me abraza, me
sienta en el transportín y me dice: no llores niño, que ahora te llevamos a
casa.
Nota
Este es uno de los
recuerdos más relevantes que tengo de mi niñez. Muy probablemente debió ser en 1948
o en 1949, cuando yo tenía 4 o 5 años. Y, ¡qué gran pena!, la pandemia pone
ante mis ojos los años que han pasado y lo imposible que es que viva alguien con
quien poder contratar la fidelidad de mi
recuerdo.