Ahora que el Partido Socialista Obrero Español ha perdido las elecciones generales y el Señor Rodríguez Zapatero se prepara para abandonar el Palacio de la Moncloa, estamos asistiendo en España al más indecente de los espectáculos: El linchamiento moral del hombre que ha gobernado España durante los últimos ocho años.
En las calles, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las conversaciones de amigos, en los bares, en los autobuses, en Internet, en todas partes se escuchan las más agrias palabras y los mayores insultos contra el hombre que los españoles elegimos en el año 2004 y volvimos a elegir en 2008 para ser Presidente del Consejo de Ministros.
El Señor Rodríguez Zapatero esta siendo objeto de todos los insultos que caben en nuestro idioma: Desde inepto hasta malvado, desde estúpido hasta bandido, desde idiota hasta vendido, desde cobarde hasta maldito, desde tonto hasta enloquecido, desde maniobrero hasta malnacido, desde traidor hasta perdido, y su persona es objeto permanente de todas las palabras malsonantes, desde la primera hasta la última, que hacen rico nuestro idioma y que, con frecuencia, ennegrecen nuestras lenguas.
Creo, y lo he escrito muchas veces, que el Señor Rodríguez Zapatero ha sido un muy mal presidente, que su gobierno ha hecho mucho mal a España y a los españoles y que la herencia que deja es el peor de los desastres.
Sin embargo, me parece no solo inútil sino absolutamente innecesario el que los españoles gastemos tiempo y esfuerzos en insultar al hombre que elegimos y reelegimos entre todos, al hombre que aplaudimos y halagamos casi todos y al que, para mal nuestro, permitimos hacer cuanto quiso hacer durante demasiados años.
Pienso que lo sensato ahora es olvidarnos de hacer leña del árbol caído y ponernos todos a trabajar para salir del embrollo en que estamos metidos sin gastar ni un minuto en cosa distinta de cambiar, para bien, las cosas.
Tiempo habrá, cuando haya pasado un tiempo y la situación mejore, para reflexionar sobre lo que ha sido este hombre, el por qué y el cómo accedió al poder, las razones que nos hicieron reelegirle y los motivos por los qué, sabiendo que no era apto, le mantuvimos en el gobierno.
Mientras tanto, dejemos tranquilo el recuerdo del árbol caído.
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