Un chiquillo de doce años, campeón
del mundo con el equipo de España, no
ha entrado en un equipo
de fútbol infantil, el Rayo de
Majadahonda, porque a última hora ha
aparecido para ocupar plaza otro chiquillo de la misma edad que, con
menores méritos, tiene el peso de su padre, un conocido periodista deportivo, que
ha solicitado y conseguido para él un lugar en el equipo.
El niño, aunque defraudado, seguro que encontrará en pocos días otro
equipo para jugar al fútbol y seguro también que recordará toda la vida que no
entró en el Rayo de Majadahonda porque para
ese equipo es más importante tener un padre periodista
deportivo que el mérito de jugar mejor que otros al fútbol.
El otro niño, supongo, estará contento porque ha entrado en el equipo, pero ni él niño ni su padre, casi seguro, han pensado que el
niño, ante sí mismo y ante sus compañeros,
ha quedado marcado, no para bien, por la forma en que ha entrado
en el equipo
Es evidente que un equipo de fútbol es una organización privada y como tal, tiene todo el derecho del mundo para incorporar o no incorporar a los candidatos, niños o mayores que aspiren a entrar en su organización,
Desde que la madre del niño,
naturalmente molesta, hace unos días me contó
la historia, no dejo de pensar en los terribles efectos que para las personas y para la sociedad, tienen los pequeños
favores.
Y, en un mar de dudas, me pregunto: ¿Somos conscientes de lo malo que
puede ser que pidamos o hagamos “pequeños
favores”?
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