Cuándo se producen grandes desgracias no dejo de pensar que en el origen de todas ellas está el quebrantamiento, por unos u otros, de alguno de los Mandamientos de la Ley de Dios: el odio entre hermanos, el desprecio de los padres, el deseo de la mujer o el marido del próximo, la codicia de los bienes ajenos, la mentira, el falso testimonio o la muerte del otro.
Y, siempre pienso que, sin lugar a dudas, los Mandamientos que Dios dio a Moisés son
el sostén y están en la base de la convivencia de cuántos somos hijos de
la cultura judeocristiana y, entiendo que
sin ellos, tan razonables y lógicos para nosotros, el mundo no hubiera dejado de ser una jungla ni
hubiera avanzado hasta llegar a lo que es hoy en convivencia
y libertad.
Sin embargo y aunque los Diez Mandamientos
están en nuestra cultura, son
conocidos y recitados una y otra
vez cada día por millones de personas,
cristianos y judíos de todo el mundo, rara vez nos detenemos a pensar que todos
ellos tienen algo en común, son reglas
para evitar que las personas se hagan daño unas a otras y que, curiosamente,
responden a un mismo mandato: “no molestaros los unos a los otros”.
Los asesinatos, muchos y constantes de cristianos y
musulmanes no radicales, sobre todo en países de religión islámica y, de cuándo en cuándo, en nuestro civilizado occidente, a manos de fanáticos yihaidistas,
evidentemente nos espantan, responden a la infame locura de gentes que no solo tratan de
molestar sino que quebrantan el quinto mandamiento, No Matar, y, como
es inevitable, producen miedo, odio, deseos de venganza y siempre más mortandad.
Ciertamente me parece horroroso el islamismo radical y no tengo ninguna duda
de que, con sus asesinatos, nos ha declarado una guerra terrible en la que para que no nos maten a todos no tenemos
más remedio que afrontar y luchar en ella hasta terminar con la amenaza que es para
nuestra sociedad.
Entiendo
también que la libertad de prensa es un derecho fundamental que es imprescindible proteger y respetar, y que los asesinatos de París en la redacción de Charlie Hebdo han sido crímenes espantosos que no se pueden de ninguna manera tolerar,
perdonar ni, evidentemente, disculpar.
Ahora
bien, una vez más, me pregunto si, aparte de molestar, ¿gana algo la suegra
cuando recuerda a la nuera que se está haciendo vieja y no se consigue embarazar?,
¿gana algo el niño cuando se ríe de otro niño porque esta gordo y corre mal?,
¿gana algo el jefe cuándo recuerda al
subordinado que es feo y vulgar?, ¿gana algo el periodista que revela de alguien
un secreto que solo importa a un pequeño entorno familiar?
Y,
me pregunto si está bien o muy mal que, aunque
es y debe seguir siendo legal, haya gente que publique imágenes blasfemas de símbolos sagrados para judíos y cristianos o
caricaturas del Profeta del Islám con el único fin de molestar…
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