Las imágenes de
personajes imputados, procesados, condenados o absueltos por delitos relacionados con la apropiación
indebida de dineros ajenos que, con
desagradable frecuencia, nos regalan, para mal, los medios de comunicación, suelen
hacerme pensar en los efectos que las acciones de esos personajes tienen en las
personas que les son próximas y en las muy diversas maneras en que estas se
enfrentan a esas situaciones.
Evidentemente, para alguien
que nunca ha tenido a un pariente próximo en los periódicos, en la radio, la televisión,
en las redes sociales o en las reuniones familiares, como presunto autor de un
delito, le haya visto sentado en
el banquillo de los acusados y luego absuelto o condenado por un
tribunal de justicia, el tema es bastante sencillo; basta con pensar e incluso
comentar en voz alta algo así cómo: fulano es un sinvergüenza, está bien que haya
sido condenado, ¡pobre hombre, lo que habrá pasado!, o ¡que buenos abogados
tiene para que haya escapado!, seguro que en cuatro días estará en la calle, o
¿cuánto dinero tendrá escondido en alguna parte?
Sin embargo, cuando el
personaje es un miembro próximo de tu
familia, las cosas son menos sencillas: van de la incredulidad al espanto,
de la sorpresa al disgusto, de la pena a la rabia, del amor al odio o del apoyo
al olvido.
Evidentemente haya casos y
casos, los menos malos, aunque muy malos, lo sé bien, con aquellos en los que
el acusado te dice a la cara que aquello de lo que se le acusa en falso, tu lo
crees, haces lo que puedes, le apoyas con toda el alma y, al final, luego de mucho tiempo, pueden ser
años, un tribunal absuelve al acusado.
Entonces quedas tranquilo, respiras por tu pariente, tu corazón se esponja, maldices a quien le acusó, sientes
rabia por lo que ha pasado, maldices también
la lentitud de la justicia y, poco a poco, olvidas.
Bastante malo, aunque no del
todo malo, es el caso del pariente al que,
a pesar del parentesco próximo, ves poco o nada
y resulta, ya lo sospechabas, que
es un golfo. Te enfadas, te molesta
mucho, empatizas más o menos con la mujer y los hijos y, si le quieres mucho, le ayudas en lo que puedes, vas a verle a la cárcel y no te avergüenza ayudarle
cuando sale; o si le quieres menos,
maldices y procuras olvidarle.
Peor todavía, ésta es
una gran desgracia: mi pariente próximo, al que quiero, para mi sorpresa, ha resultado ser un
sinvergüenza de tomo y lomo, se ha
apropiado con malas artes de mucho dinero y ha hecho otras cosas también malas. Sale acusado en los medios de
comunicación, entra en los juzgados, necesita
fianzas, se le condena a penas de cárcel, está encerrado un tiempo; sale “marcado” y casi siempre destrozado,
algunas veces arrepentido y otras puede
que orgulloso porque se ha hecho más rico que un borrico. Aquí puede pasar cualquier cosa y, aunque sea distinto el caso del que lo ha perdido
todo del de aquel que ha amasado dinero
para que sus nietos sigan siendo ricos, uno puede, con todos los intermedios, desde alejarse del todo, en todas las familias hay ovejas negras, hasta mantener el cariño y la relación a pesar
de lo ocurrido.
Y, la peor de todas: cuando
tienes un pariente muy, muy próximo, que es un golfo, prepotente y
chantajista…que se ha apropiado de los millones
ajenos, que ha dormido en muchas camas, que te ha engañado en todo y
sabes que seguirá siendo sinvergüenza e
infiel mientras viva, y al que, a pesar
de todo, no quieres dejar porque es tu marido, tu mujer, tu padre o tu
hermano y le amas…¡Qué horror! ¡Qué desgracia!
Nota:
Lo que aquí digo para el
pariente próximo, también sirve para el caso en que el golfo sea o haya sido un
muy buen amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario