Pues sí, me desagradan las palabrotas, me irrita lo soez, me crispan las blasfemias y me resisto a cuanto es mala educación.
Decididamente soy “un
antiguo” y, sé que para no dejar mal a
mi familia y a mis amigos, debería estar siempre “muy calladito”; sin embargo, aunque acaso con
razón, y algunos me tilden de ridículo, otros de rémora y haya quien diga que soy un zote, entiendo que estoy en mi
derecho, a decir y escribir que no entiendo que haya a quién agraden, porque a
mí me crispan, las personas que disfrutan usando palabras de mala educación.
Y, porque soy “un antiguo”, apago o cambio el canal de la radio o la televisión, me salgo del cine o me marcho de donde esté cuando aparecen los primeros signos de mala educación. No resisto las conversaciones a gritos entre jovencitas que, para resaltar que “se sienten en confianza”, se nombran unas a otras “puta cabrona” y, si se quieren molestar, mientras se les pone la boca negra, añaden los repugnantes despectivos “vieja” y “fea”; y me da la peor de las denteras si escucho a los muchachos llamarse unos a otros eso de “puto maricón”, en lugar de un educado “bobo resbalón”.
Es difícil, lo
reconozco, ser “un antiguo” y tener vida de relación más allá de la puerta de
mi casa, de la pantalla apagada de mi
ordenador o de la tranquila conversación que se disfruta al estar con personas
de buena educación.
En cualquier caso, y
para quien no lo sepa, diré que cuando me altero mucho, porque soy
“un antiguo” y me irrita la mala educación, si alguien me altera, pueden
salir de mi boca palabras que sin ser soeces, son insultos peores que
los que ahora están al uso, por ejemplo:
bastardo, bellaco, borrico, cabestro, calamidad, cenutrio, ceporro, cretino, energúmeno, gandúl, lerdo, majadero, mentecato, patán, pelele, piernas, sonso, tonto,
tunante, zángano, e incluso asaltacunas, barragana o pichón.
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