Queridos
hermanos, hijos, nietos, biznietos, familia toda, hoy celebramos, en una, dos
grandes fiestas, el nacimiento de Jesús Nuestro Señor y el día de nuestra
Familia.
Y,
por ello, sean estas mis palabras para decir, en primer lugar, que debemos recordar
y dar muchas gracias a nuestros padres por haber dado vida a nuestra gran
familia y agradeceros a todas vosotras, las mujeres de la familia, porque
habéis sabido, en todas las circunstancias, mantener una tradición que vosotras
mismas, iniciasteis hace muchos años.
En
segundo lugar, deciros que estoy absolutamente convencido, de que la familia es
el mayor bien que poseemos, que su valor es inmenso y que, como todo lo que tenemos,
siempre está en riesgo.
Ya
somos muchos, de trece hermanos hemos pasado a ser más de un centenar de
personas y, lo sé bien, aunque los lazos
que nos unen son fuertes, las circunstancias y los avatares de la vida, porque
es así, inexorablemente van a sacudir hasta los cimientos la unidad de la
familia y, como es evidente, de su
símbolo más importante, esta cena de Nochebuena que hoy celebramos; por ello y porque
creo que para mantener la familia todos los esfuerzos son pocos, os pido a
todos que cuidéis la paz, la generosidad, el amor entre todos nosotros y la
cena de Nochebuena…
Y,
recordando a todos los miembros de la familia que por unas u otras causas esta
noche no están aquí, termino:
Que
nuestros padres, José Luis y María Esperanza, nuestros hermanos Juan Manuel y José Antonio, la tía Paz, Juani la madre de
Marta y Cristina, mi mujer, porque querían tanto a su familia, desde el cielo
nos ayuden a mantenerla unida y disfrutarla todos los días de nuestras vidas.
Amén
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