DE LOS POLÍTICOS PILLOS
Porque, a pesar de mantener todo su tradicional sentido, me dicen que es poco conocida e incluso que ha caído en desuso, diré que el Diccionario de la Lengua define pillo como persona astuta, pícara y hábil para engañar a los demás.
Y pícaro es, además de listo, espabilado, tramposo y desvergonzado, el personaje de baja condición, astuto, ingenioso y de mal vivir, protagonista de un género literario (reflejo de la realidad) surgido en España en el siglo XVI (y siempre presente desde entonces en nuestra sociedad).
Y, por la abundancia y peligrosidad de estos personajes, el saber del pueblo, cansado de padecer sus atropellos, buscó y encontró una forma de defenderse: esa mezcla de maldad y habilidad, que se cristaliza y resume en el refrán que dice: a pillo, pillo y medio.
Pues bien, ayer y hoy hemos presenciado, protagonizados por políticos, espectáculos, cómicos si no fueran trágicos, dignos del Lazarillo de Tormes o Guzmán de Alfarache. Los “lideres” de nuestra sociedad, desde el gran escenario que son los parlamentos regionales y los medios de comunicación, a los gritos ¡dame tu silla!, ¡yo soy muy pillo! y, ¡a pillo pillo y medio!, nos han mostrado y proclamado su condición de descarados pícaros, descendientes del Buscón y nietos del Lazarillo.
Y, me pregunto, ¿no se estará acercando el tiempo en que la sociedad española, hastiada de tanto pillo, sin poder soportar más a la nube de pícaros, porque las personas normales no somos pícaros ni sabemos hacer el pillo, saque de casa, como en otros tiempos, los viejos garrotes y, con ellos, se de a los políticos pícaros el premio que merecen por ser tan pillos?
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