Los males, cuando eres viejo, son tan frecuentes que
debería estar acostumbrado, sin embargo, convertidos en sustos, muchas veces no
dejan de sorprenderme.
Y hoy, sin referirme, a las mil ocurrencias, casi
todas malas, de los narcisos que nos gobiernan, contaré el sucedido que me ha
ocupado en estos días tórridos del verano de este año.
Por la mañana, antes de que el calor lo llenase todo,
muy decidido, después de ducharme, bien vestido, en la cabeza el panamá y el
bastón en la mano, abriendo, para salir, la puerta de casa, el cuerpo me
advirtió que antes de hacerlo era obligada una visita urgente al cuarto de
baño.
Y nada, nada de nada. Sólo un malestar creciente,
sudores fríos y un susto. Un rato de espera y nada, nada de nada.
Algo aturdido, salí del cuarto de baño y, en lugar de
pensar en salir de casa, me encaminé derecho al refugio que es mi sillón de
viejo.
No llegué a sentarme, casi corriendo, por si caso,
hube de volver a bajarme los pantalones. Y nada, nada de nada, bueno sí, ese
nada era que me acompañaba otra gotera, nueva y muy mala.
Y, ¡menos mal!, esta vez pude llegar hasta el sillón;
¡qué descanso!, a pensar: a mi mujer le pasaba, por las noches tomaba unos polvos
que dejaban el vaso manchado, me parece, de amarillo; y a mi suegro también le
pasaba; ¿o no será algo mucho peor, no será una obstrucción como la que llevó,
para estar una larga temporada, a mi padre, en el hospital?
No fue larga la reflexión, otra urgencia, por tremenda,
¡ahora sí!, me hizo correr. Pero no, todo lo malo tiende a empeorar, y a la
imposibilidad de descomer se había añadido la de desbeber.
Y sentado mirando con pena mis pantalones apoyados en
el suelo, no pude, casi llorando, dejar de pensar: ¡me van a matar mis hijas! ¡ponerme
malo cuando ellas no están! ¿y si tengo que ir al hospital? No pasa nada, me
dije, si esto sigue llamaré a mi hermana que, seguro, lo va a solucionar; pero
no hace falta, lo sé, lo que hay que hacer, es caminar.
Un paseo por la casa, otro aviso, ¡tengo la tripa
dura! ¡qué barbaridad! ¿será la obstrucción intestinal?
Esta vez me senté con tranquilidad, ahora con el
lapicero en la mano, haciendo el sudoku, a esperar. Como no era fácil, cuando solo
faltaban pocos números y estaba a punto de terminar, otro susto: tenía los pies
y las piernas dormidas, ¡solo faltaba esto, debe ser vascular! ¿me podré levantar?
Y sí, como pude, poco a poco, olvidado el imposible
descomer, me levanté y pude caminar. Esta vez hasta la cama, no hacía mucho calor
en el cuarto, a esperar.
No se cuanto tiempo pasé, muy quieto, en la cama
dormitando, hasta que sonó el teléfono, era mi hermana. Le conté, atenuado, lo
que me pasaba, ella, tan eficiente, me dijo el remedio: como no tienes otra
cosa, un poco de aceite y agua templada, y si no te hace efecto, me llamas.
Y, ¡que cosas!, fui a la cocina, dos cucharadas de
aceite y el vaso de agua; mano de santol, al poco rato, volví al cuarto de baño
y todo bien, como si no me hubiera pasado nada.
Evidentemente este sucedido, ahora me lo padece,
tiene su gracia, pero debo decir, con tristeza, que, acaso porque soy viejo, hay
muchas, demasiadas, cosas sin importancia que, dándome sustos, vienen, toman mis manos y me
acompañan.
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