En esta época en que los cristianos viejos hemos perdido mucha de nuestra intolerancia y admitimos como normales conductas que en otro tiempo eran pecados graves, intento comprender, aunque todavía no lo he conseguido, la fuerza de esa nueva religión, mezcla de comunismo, feminismo, animalismo, algo de cursilismo y no poco fanatismo, que ha logrado hacer de mujeres normales (y algunos hombres) fundamentalistas casi salvajes que viven dispuestas a hacer la vida imposible a los, a las cristianas y a las ateas que no obedecen las normas de su religión.
Sin embargo, porque en mi intento de entender lo que no entiendo, he hecho un descubrimiento que me ha alegrado mucho, y, porque me consuela, lo cuento.
No sé dónde, en la calle o en el metro, he oído a dos treintañeras, contarse la una a la otra que para las progresistas todo tiene remedio: - muy pronto, ya los ha comprado el Ministerio, desde el Gobierno, para asegurar que cumplimos, nos van a enviar a cada una “el loro” -. Es el loro, la lora mejor dicho, que ya están probando algunas de las obispas que nos mandan desde el gobierno. Es una lora muy lista que, tres veces por semana, cuando su ama, está cenada, imitando su voz, grita, - ¡a qué esperas!, ¡si quieres te lo escribo! ¡que sí, que sí, que ya te lo he dicho, que sí es sí!, ¡que estoy cansada y no quiero quedarme dormida, antes de eso, en la cama!
Y, las treintañeras, debo decirlo, parecían bastante enfadadas, ellas
quieren, además del loro, ese bien, tan escaso, que es tener, no ya un novio, un
marido en casa.
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