Hoy, Jueves Santo, desde por la mañana, no he dejado de pensar
en el mandamiento nuevo, amaos los unos a los otros, que Jesús de Nazaret
nos regaló en vida y que celebramos los católicos como el día del amor
fraterno, en el aniversario de la Cena de Pascua en la que después de lavar
los pies a los discípulos Él celebró la primera Eucaristía.
Y, acaso porque soy viejo, me atrevo a pensar, me repito
una y otra vez que si en el amaos los unos a los otros incluimos eso de amar
a los enemigos; y mucho me temo que la interpretación de las palabras, sean
las que fueran, de Jesús de Nazaret que hicieron los primeros discípulos y
luego la Iglesia, aunque voluntariosa y llena de buena fe, es, por decirlo
suavemente, una media verdad: Jesús, además de muchas otras cosas, fue un
hombre extremadamente inteligente que, conociendo muy bien al ser humano, sabía
que amar al enemigo es, desde que el hombre es hombre, un imposible.
Del amor, sabemos que es un sentimiento, quizá un instinto,
que nace, sin que sepamos por qué, en lo más profundo de nuestros corazones y
en el que nuestra razón, tampoco en el odio, no manda.
Jesús de Nazaret, luego de su muerte Jesucristo Nuestro
Señor, sabía que los seres humanos, para crecer y multiplicarse, para supervivir
en una tierra llena de belleza y plagada de peligros, necesitaban instintos y luego
sentimientos, buenos y malos, primero lujuria, miedo y
odio, gula, soberbia, avaricia, ira; luego, amor, bondad y esas otras cosas.
No, no mandamos en los instintos ni en los sentimientos, a
lo más controlamos, y no mucho, las acciones a las que de un modo casi, pero
no del todo, natural, tienden a llevarnos los sentimientos. No podemos
evitar el amor ni tampoco el odio, ni el deseo de hacer el bien a quien amamos
ni el mal a quien odiamos, solamente podemos, y no siempre, con nuestra voluntad no dejarnos arrastrar a
hacer el bien que no debemos y el mal que deseamos.
Por eso, yo creo que el mandamiento nuevo debía ser algo
así como, el otro, la otra, aunque no lo veas, es como tú, descúbrelo y si
el otro, la otra, también lo descubre, amaos los unos a los otros; y, mientras no
lo hayas descubierto, aunque sientas por el otro, siempre es mutuo, desagrado, antipatía,
temor, envidia, u odio, compórtate con él o con ella, al menos, con algo de comprensión,
respeto y, también, afecto.
Pero
claro, ¿ voy a defender a mis hijos de las bombas del enemigo? ¿puedo dejar que
mis hijos se conviertan en esclavos de psicópatas enloquecidos? ¿debo dejarme
matar para que unos asesinos disfruten violando a mis mujeres y comiendo mis
cosechas? ¿puedo permitir que unos locos destrocen mis valores e implanten la
maldad en mi casa? Y, ya estamos en eso de las guerras justas e
injustas, que, hay que reconocerlo,
tienen más de instinto de supervivencia que de obediencia al mandamiento nuevo…
Y, ahora, todavía es Jueves Santo, y porque hoy es el día
del amor fraterno, seguiré pensando…
Nota: la imagen que ilustra esta entrada esta tomada de la Federación de Santa María de Guadalupe, en Internet.
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