Creo que fue en 1964 o 1965 cuando mi compañero de clase y buen amigo Lucho Garfias Rospigliosi, para que yo entendiera lo que había sido su vida anterior en el Colegio Militar de Lima, me puso en las manos La ciudad y los perros, la obra recién publicada por su compatriota Mario Vargas Llosa.
El libro aunque me impresionó mucho, pienso ahora que, acaso por el contexto de la época en España, lo entendí poco y aunque me abrió los ojos a un mundo que me pareció absurdo lo dejé en el olvido por unos años.
Sin embargo, cuando en el mes de octubre de 1968 viví en las calles de Lima, el golpe de estado que derribó a Belaunde, estando en la Plaza de Armas, viendo actuar a los militares me vino a la memoria e hice mío cuanto había leído en La ciudad y los perros. Creo que fue en aquella tarde limeña cuando comencé a comprender, admirar y leer a Mario Vargas Llosa.
Cuando apareció Pantaleón y las visitadoras yo ya había vivido en Bolivia, conocía Perú y visitado pequeños acuartelamientos militares que podrían haber sido inspiración de Mario Vargas Llosa en este libro. La novela me gustó mucho y creo que fue entonces cuando descubrí y di valor al papel de los escritores para producir cambios y cambiar el mundo.
He leído La tía Julia y el escribidor muchas veces y creo que Mario Vargas Llosa, solo por haber escrito esta obra merece un gran puesto en el Altar Universal de la Novela.
Sin embargo, todo lo anterior siendo mucho se quedó en nada cuando Mario Vargas Llosa nos regaló la que en mi opinión es su mejor novela, La guerra del fin del mundo, un libro sobre el que todos, todos cuantos influyen sobre otras personas o se preparan para hacerlo deberían conocer como el rostro de la persona amada.
Entre los jardines de la antigua residencia del caudillo en Boca Chica, la terraza del chiringuito que hay en la plaza de la Catedral y los bancos que miran al mar, recorrí por primera vez las páginas de La Fiesta del Chivo mientras aprehendía una forma distinta y generosa de ver el valor y la cobardía de los hombres que me hace desde entonces sentir Santo Domingo como una ciudad única.
Luego aplaudí el valor de Mario Vargas Llosa trató regalar al Perú lo mejor de sí mismo, presentándose en unas elecciones perdidas.
Para terminar esta entrada que es mi homenaje, con ocasión de su Premio Nóbel a Mario Vargas Llosa y de manera indirecta a mi amigo Lucho Garfias Rospigliosi, recomendar a todos mis amigos, sobre todo a los que aman las tierras de América, que lean, relean y divulguen por el mundo el Manual del perfecto idiota latinoamericano que con el prólogo del Premio Nóbel, nos han regalado su hijo Álvaro Vargas Llosa , Plinio A. Mendoza y Carlos Alberto Montaner.
El libro aunque me impresionó mucho, pienso ahora que, acaso por el contexto de la época en España, lo entendí poco y aunque me abrió los ojos a un mundo que me pareció absurdo lo dejé en el olvido por unos años.
Sin embargo, cuando en el mes de octubre de 1968 viví en las calles de Lima, el golpe de estado que derribó a Belaunde, estando en la Plaza de Armas, viendo actuar a los militares me vino a la memoria e hice mío cuanto había leído en La ciudad y los perros. Creo que fue en aquella tarde limeña cuando comencé a comprender, admirar y leer a Mario Vargas Llosa.
Cuando apareció Pantaleón y las visitadoras yo ya había vivido en Bolivia, conocía Perú y visitado pequeños acuartelamientos militares que podrían haber sido inspiración de Mario Vargas Llosa en este libro. La novela me gustó mucho y creo que fue entonces cuando descubrí y di valor al papel de los escritores para producir cambios y cambiar el mundo.
He leído La tía Julia y el escribidor muchas veces y creo que Mario Vargas Llosa, solo por haber escrito esta obra merece un gran puesto en el Altar Universal de la Novela.
Sin embargo, todo lo anterior siendo mucho se quedó en nada cuando Mario Vargas Llosa nos regaló la que en mi opinión es su mejor novela, La guerra del fin del mundo, un libro sobre el que todos, todos cuantos influyen sobre otras personas o se preparan para hacerlo deberían conocer como el rostro de la persona amada.
Entre los jardines de la antigua residencia del caudillo en Boca Chica, la terraza del chiringuito que hay en la plaza de la Catedral y los bancos que miran al mar, recorrí por primera vez las páginas de La Fiesta del Chivo mientras aprehendía una forma distinta y generosa de ver el valor y la cobardía de los hombres que me hace desde entonces sentir Santo Domingo como una ciudad única.
Luego aplaudí el valor de Mario Vargas Llosa trató regalar al Perú lo mejor de sí mismo, presentándose en unas elecciones perdidas.
Para terminar esta entrada que es mi homenaje, con ocasión de su Premio Nóbel a Mario Vargas Llosa y de manera indirecta a mi amigo Lucho Garfias Rospigliosi, recomendar a todos mis amigos, sobre todo a los que aman las tierras de América, que lean, relean y divulguen por el mundo el Manual del perfecto idiota latinoamericano que con el prólogo del Premio Nóbel, nos han regalado su hijo Álvaro Vargas Llosa , Plinio A. Mendoza y Carlos Alberto Montaner.
1 comentario:
¡Muchas gracias por este homenaje a Vargas Llosa y por los títulos recomendados que me gustarán leer. Un saludo!
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