He tardado muchos años en descubrir el auténtico valor y la importancia de las Fuerzas Armadas y lo siento.
La historia española e iberoamericana de los dos últimos siglos está plagada de sublevaciones, golpes de estado, dictaduras militares y, lo que es peor, de derrotas en los campos de batalla.
Realmente, no podía entender qué sentido tenía para una sociedad civilizada mantener algo que solo servía para dar disgustos.
Incluso, cuando en los años sesenta del siglo pasado hice el servicio militar y descubrí que el Ejército español, a pesar de mis prejuicios, poseía grandes virtudes, no fui capaz de darme cuenta del auténtico valor de las Fuerzas Armadas.
Más aún, la invasión e Checoslovaquia por el ejército soviético, la guerra de Vietnam, los golpes militares en Grecia, Perú, Bolivia, Argentina y Chile y las dictaduras militares que ha padecido el mundo en corto tiempo de mi propia vida, han contribuido a que mi aprecio por las Fuerzas Armadas fuera siempre escaso.
Sin embargo, poco a poco me fui dando cuenta que gracias a que existían las Fuerzas Armadas Europa y Corea no han sido comunistas y que gracias a los ejércitos de muchos países estos no cayeron en manos del terror y que por el valor y al esfuerzo de las Fuerzas Armadas se ha mantenido la paz en muchas partes del mundo.
Y, también poco a poco, he comprendido que las Fuerzas Armadas son, sin lugar a dudas, la manifestación más pura de los valores patrios y el reflejo fiel de la sociedad a la que sirven.
Los militares en España y en casi todas partes, son gentes honradas, disciplinadas, bien preparadas, capaces de grandes sacrificios y relativamente mal pagadas, que obedeciendo, sirven lo mejor que saben a su patria.
Pienso ahora que si ha habido militares golpistas es porque una parte importante de la sociedad era golpista, que si ha habido militares locos es porque una parte importante de la sociedad estaba loca, pero que cuando la sociedad ha sido civilizada nunca los militares han dejado de serlo y que, cuando la sociedad ha sido sacrificada y generosa, los militares siempre han sido los más sacrificados y los más generosos.
Hoy, día 12 de octubre, Fiesta Nacional, Día de la Raza, he presenciado el Desfile de las Fuerzas Armadas. Corto, pequeño, casi simbólico, pero bien, muy bien. Marciales, fuertes, preparados, disciplinados, cuidadosos, con las banderas al aire, orgullosos, nuestros militares han recibido de los ciudadanos, mientras desfilaban a pie, en los blindados o en los aviones por el cielo, su enorme reconocimiento y el mayor de los aprecios.
Y, en medio de la satisfacción que siento al pensar en nuestro ejército, recuerdo que hoy ya no tenemos el Servicio Militar Obligatorio y que los jóvenes españoles ya no pueden, sin hacerse profesionales, conocer el Ejército por dentro.
Nuestro jóvenes, los chicos y las chicas, la sociedad toda, están perdiendo la oportunidad de aprender de los militares el valor que supone saber mandar y saber obedecer, la importancia del esfuerzo, lo que es el compañerismo y, sobre todo, el sentido del honor y el amor a la Patria.
Otras tres razones, adicionales a las anteriores, por las que estoy a favor de volver a instaurar el Servicio Militar Obligatorio, ahora adaptado a la nueva sociedad española, son:
La primera, la oportunidad que volverían a tener los jóvenes de conocer, apreciar, vivir y establecer lazos de afecto e incluso de amor en ciudades y regiones alejadas a las suyas.
La segunda, la oportunidad de convivir con personas con distintos niveles de capacidad económica, educación, procedencia social, actitudes ante la vida y formas de pensar.
La tercera, la oportunidad extraordinaria para los chicos y las chicas, de tener siendo ya adultos, un tiempo libre de preocupaciones profesionales, para que poder pensar, meditar y decidir, lejos de su entorno familiar, sin presiones del día a día, sobre su futuro profesional y personal.
Para terminar esta entrada, una pregunta final: ¿Tenemos derecho a hurtar a los jóvenes la oportunidad de servir a su Patria en las Fuerzas Armadas sin que tengan que cobrar?
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