En la Huelga General del día de ayer, 29 de marzo de 2012, contra la Reforma Laboral que impulsa el Gobierno, parece que ha sido una fiesta en la que todos hemos ganado.
Los líderes sindicales que la han convocado afirman que la huelga ha sido un éxito y ello obliga al Gobierno a cambiar de postura y asumir, al menos en parte, las propuestas sindicales.
Los dirigentes de los partidos de la oposición advierten al Gobierno que “la calle ha hablado” y que hay que escucharla.
Los miembros del Gobierno afirman que el seguimiento de la huelga ha sido limitado y que seguirá manteniendo sus políticas.
Sin embargo, esta Huelga General carece de ganadores, todos hemos perdido: Los sindicatos porque han usado su arma más poderosa sin que previsiblemente hayan obtenido resultados; los partidos de la oposición porque pueden estar a punto de perder el liderazgo de la oposición a favor de unos sindicatos cada vez más radicales; el Gobierno porque ha visto, apenas cuatro meses después de haber obtenido mayoría absoluta en las elecciones generales, a millones de personas protestar contra sus medidas; las empresas, tanto las que no han podido trabajar como las que lo han hecho, porque han perdido producción y ventas; las personas que han secundado la huelga porque han perdido la retribución de un día de trabajo; y quienes han trabajado porque han sufrido preocupación, han tenido tensiones y su rendimiento ha sido menor del habitual.
Y hemos perdido todos los ciudadanos porque el país ha tenido pérdidas económicas que vienen a cargar una situación nada buena, la imagen de España a todos los efectos se ha perjudicado y todos, inexorablemente, pagaremos el precio de lo perdido en un día de huelga en el que nadie ha ganado.
Y, ¿ahora qué?
Lo sensato sería que pasada la fiebre, todos, incluidos los sindicatos, el Gobierno los partidos de la oposición y los ciudadanos, hiciésemos un esfuerzo para llegar al mínimo de acuerdos que nos permitiesen seguir conviviendo razonablemente y hacer los lo sacrificios que son necesarios para salir de la difícil situación económica y del terrible índice de desempleo.
Lo normal, sin embargo, es que el malestar social se mantenga durante muchos meses por la previsible tardanza de la recuperación económica y del empleo; los sindicatos socialistas y comunistas impulsen la tensión en las calles para tratar de imponer su modelo de sociedad; los partidos de izquierdas fomenten la confrontación para tratar de recuperar el poder en unas elecciones anticipadas (como en el año 1935); y el Gobierno, por convicción y, sobre todo, por la exigencia de la Unión Europea, siga con su política, en parte liberal y en parte socialdemócrta, para tratar de mejorar la situación o, al menos, que esta no se convierta en un desastre de imprevisibles consecuencias.
¿El resultado?
Si el Gobierno se mantiene haciendo, comohasta ahora, las cosas razonablemente, recibe apoyo de la Unión Europea, aguanta las tensiones sin ponerse demasiado nervioso, pacta alguna cosa con los sindicatos, consigue el apoyo puntual del resto de los partido no extremistas y todos tenemos unbastante de suerte, hasta es probable que, luego de dos huelgas generales adicionales y muchos gritos en las calles, dentro de un año, empiecen a mejorar las cosas.
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