Ana y Robin, mis sobrinos, soy
testigo, están enamorados y, porque se quieren, en un lugar precioso, en una impar ceremonia, ante sus
grandes familias y sus amigos del alma, el
sábado, antes de ayer, se han casado.
El escenario, los vestidos,
las alhajas, las palabras y la profusa presencia de los más hermosos sentimientos, han sido la mejor expresión de la
dulce esencia de amor
que exhalan Robin y Ana.
Ellos, entre los dos, con
este paso, han abierto el hermoso, largo y difícil
camino que lleva, poco a poco, pasando el tiempo y viviendo avatares, a construir el amor.
Ahora, pasadas las horas, guardados
juntos el traje blanco, el terno gris, las inquietudes
de los encajes familiares, las lágrimas de emoción, las palabras bien medidas, todos
los brindis y el recuerdo de los ausentes,
Ana y Robin, mientras descansan, están comenzando, aunando todas sus fuerzas, a
regar con cariño y paz lo que es hoy la
semilla viva, agarrada a suelo fértil, ¡lo pido al Cielo!, de lo que será el árbol fuerte de un gran amor.
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