jueves, 8 de octubre de 2015

702. DE SUSTOS, SOPONCIOS Y BERRINCHES

Menos mal, menos mal, menos mal que, al final, porque ocurre lejos o  son de otros, los males  nos afectan poco  y, aún en el peor de los casos, porque hay que seguir viviendo, hasta los peores soponcios se disuelven en  el  olvido.

Septiembre de 2015, para mí ha estado lleno de sustos, berrinches, malos tragos, disgustos, algún enfado y, lo peor, porque he agarrado una  gripe larga y desagradable, cansancio, toses, mareos  y hasta algunos miedos.

Los combatientes que se matan a cientos, los refugiados que mueren a miles;  los pobres que no quieren ser pobres; los ricos que quieren seguir siendo ricos; los que demandan y  los demandados por los mismos derechos…todo está  en los periódicos y  lo veo en Internet. ¿Me importa mucho? Si se trata de sentir, ¿será cinismo?, no lo sé. Si se trata de hacer,  ¿será cinismo?, no encuentro respuesta  si me pregunto ¿y yo qué puedo hacer?

Menos mal, me repito una y otra vez, menos mal que, al final,  los grandes  males  nos importan  poco  y  hasta los pequeños, los propios, los  del gran patatús,   duran   lo que tarda en endulzar el agua un  azucarillo.

Y mira que hay para preocuparse: La guerra que no cesa en el Mediterráneo, con muertos, heridos y refugiados; Cataluña, por tantas cosas,  para unos y otros españoles; para los chilenos que de repente, tras más de un  siglo, se han enterado  de que fueron ellos quienes iniciaron la Guerra del Pacífico cuando  invadieron Bolivia, eso sí, sin declarar antes la guerra y luego, porque lucharon mejor y ganaron,  se quedaron con 400 o bastantes más  kilómetros de costa y 120 mil o algunos más,  kilómetros de tierra; los bolivianos que, cuando se empezaban a ver  como un país serio, respetuoso con las leyes y digno de confianza en el mundo, descubren que,  para su Grandísimo Presidente,   su Ley de Leyes está  escrita con letras que se borran  con un poco de  agua.


Pero, afortunadamente, la vida es como es y aunque muchas veces, por tantas cosas, me digo: ¡menudo susto! ¡Qué berrinche! ¡Otro soponcio!, al final, siempre termino pensando que   hasta los peores soponcios se disuelven con y en nada.

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