DE LOS OLVIDOS
Esta mañana, con la blancura de la nieve y la luminosidad del día, he salido de casa para caminar, con mucho cuidado, sin pensar en la pandemia, hasta la mitad de la Gran Vía de Majadahonda y, arropado por las muchas personas que disfrutaban como yo la belleza fugaz de la calle vestida de nieve, acaso porque no es posible controlar las ruedas que mueven los pensamientos, mirando a todas partes, he tratado de dar forma a las ideas, efímeras como la nieve limpia, que han distraído mi paseo.
Pienso en Filomena, la jovencita griega o romana que olvidada siglos y desconocida santa que, desde ahora será recordada, ¿un milagro quizá?, por haber regalado su nombre a una grande y preciosa nevada.
Y en Anás, Caifás. Herodes y Pilatos, olvidados cientos de años salvo para unos pocos judíos y luego conocidos y mitificados por algo que, muy probablemente, por no ser importante en su día, hicieron y también olvidaron.
En el otro extremo, pienso: ¿alguien recuerda, aunque sea solo el nombre, a los sabios Procio, Arquitas o Eratóstenes?; ¿a los deliciosos Alceo, Ampsias y Aristónimo?; ¿a los fieros Marco Vipsano, Ptolomeo o Belisario?; ¿a los músicos Victoria, Morales y Guerrero?, ¿a Villena, Pinar o Bernal, esas muy cultas mujeres?
Y, continúo: ¿alguno de mis lectores puede decir algo, si sabe su nombre, de la abuela materna de su abuela materna, de esa mujer, desconocida, a la que cada uno de nosotros debe la vida?
Y pienso en ellos y también en nosotros, en tanto trabajo, tanto esfuerzo, tanto amor y desamor vividos, tantas alegrías y tantas tristezas tenidas, tantos éxitos alcanzados, tanto de todo olvidado y, tanto que, es seguro, no se ha perdido.
Termino para decir que lo he visto del todo claro en mi paseo por la Gran Vía, nevada y preciosa, esta mañana: aunque todo se pierde en el tiempo, como Filomena la santa, hay en nosotros, mucho de valor que, con la vida, lo llevamos dentro, y que ese mucho está hecho con esa muy poderosa argamasa que son los olvidos.
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