martes, 29 de junio de 2021

959. EN EL DÍA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, MI REFLEXIÓN

 

 

En el día de San Pablo, el fundador de la Iglesia, y de San Pedro, la roca en la que se asentó, y porque ya entre ellos hubo diferencias, pienso que es bueno, para los que nos sentimos sus miembros y para la propia institución, abrir la mente y reflexionar sobre algunos aspectos humanos de esa sociedad que, de niños nos enseñaron, erróneamente, era “perfecta”.

 

Y, al hacerlo, tropiezo inmediatamente, con dos asertos, acaso excusas no pedidas: el primero, nuestros maestros, en mi caso jesuitas, nos lo implantaron en el cerebro, es que la Iglesia no es solo el Papa, ni tampoco solo la jerarquía o los clérigos; la Iglesia somos todos los bautizados, y ese todos, vivos y muertos, constituye el “cuerpo místico”, al que dio Vida el Espíritu Santo. El segundo es que, la Iglesia es Santa y Perfecta, pero, siempre hay un pero, está integrada por hombres y los hombres, incluidos papas, obispos y clérigos, además de imperfectos, somos, muchas veces, pecadores en nada santos.

 

Evidentemente, una vez aceptadas ambas premisas, vemos también que, en el devenir de la organización, la Iglesia además de otras cosas, es una organización humana, jerarquizada y del todo autocrática, en la que quien tiene el poder manda, exige y espera, justificadamente, que todos aceptemos lo que, en cualquier caso, le viene en gana.

 

 No, lo que escribo no es una crítica a la Iglesia, ni es una crítica a los obispos ni al papa, es tan solo constatar que la iglesia es, salvo el fondo de su espíritu, del todo humana.

 

Y, para colmo, si lo pensamos bien, recordando las afirmaciones y, también, las dudas, de no pocos teólogos heterodoxos (según la época en que vivieron, unos hoy santos y otros excomulgados), desde siempre hay heterodoxos en las organizaciones humanas, para complicar aún más  la  lógica en el razonamiento, aparece las temáticas del conocimiento, del bien y el mal, de la conciencia implantada por Dios en el corazón de los hombres y, dejando de lado ya las ideas de limbo, purgatorio e infierno, el “misterio” del gran mal que es el pecado.

 

Con  algunas pocas preguntas, si son buenas tendremos  la mitad de las  respuestas, trataré de aclarar mi confusión: ¿es “objetivamente” verdad que se puede distinguir lo que “es bueno” de lo que  “es  malo”?, pies mira, los papas y la jerarquía impulsaran en otro tiempo la guerra santa, condenaran el onanismo, vendieran indulgencias e inventaran la inquisición; obispos vascos fueran partidarios y cómplices de muertes por tiros en la nuca; y  ahora, el actual papa o “el Vaticano”, olvidando  aquello de “la guerra justa”, condena todas las guerras, mira amorosamente la homosexualidad, nombra un Arzobispo que, frente a la mitad de los católicos catalanes, apoya a quienes los oprimen;  o hace callar a los obispos católicos norteamericanos que defienden la vieja práctica de excomulgar a quienes, públicamente defienden el aborto frente al derecho a vivir del no nacido.

 

Y, pobre de mí, porque de niño y de joven me enseñaron  mis maestros jesuitas que solo la verdad es  verdad, que el relativismo es un “gran pecado, para mi desconsuelo,  me golpea otra pregunta: ¿está mi pecado, o más bien el de la jerarquía, o el de los clérigos,  en  desconocer la verdad o, en el que conociéndola, usen a conveniencia el poder humano de la Iglesia para “el provecho” de quien en cada momento lo ostenta. Y, lo ignoro, no tengo respuesta y, esto es lo peor, creo que ni el Papa, ni los clérigos, ni nadie la tiene, salvo quizá, los santos que están en el cielo (y si ya no existe el infierno, a este descreído le asaltan las dudas sobre la realidad del cielo).

 

Y, después de tantas idas y venidas, inútiles seguro, ¿qué?: pues que sí, que a pesar de todo a mí me gusta, me encanta, ser miembro de la Iglesia, y me alegra en el alma que después de los siglos, a pesar de todo y acaso sin merecerlo,  siga existiendo la Iglesia, es una organización, en nada importa si divina o humana, que hace, al mundo y, sobre todo a millones de personas concretas,  mucho más bien que mal;  custodia bien la belleza del pasado, tiene una liturgia preciosa y, hasta es posible que en conjunto sea el maravilloso monumento a Dios que, sin hacer caso a Pedro,   soñó ese  pragmático ciudadano de Roma, ese el  griego culto, ese ese devoto  judío, ese gran Santo, que fue San Pablo, el fundador de inmenso que es la Iglesia.   

 

Nota

La fotografía de la Plaza de San Pedro,  siempre me ha sorprendido que no se llame de San Pablo, está tomada de Internet

 


 

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