En la España de la autarquía, cuándo yo era niño, el
día 2 de mayo era fiesta nacional, se conmemoraba el terrible levantamiento del
pueblo de Madrid contra el ejército de Napoleón, que fue el principio de la Guerra de la
Independencia.
Evidentemente, entonces lo tenía muy claro, los
franceses eran muy malos y los españoles muy
buenos, por eso “los ganamos”.
Los hechos el pasado no se pueden cambiar, ni tampoco sus
consecuencias. Sin embargo, porque soy mayor y veo las cosas con menos prejuicios
que cuándo era niño, a veces sueño con otras realidades, con alternativas que
no triunfaron y, que, acaso, vistas desde ahora fueron oportunidades perdidas.
Aunque se dice, lo he leído muchas veces, que “el
pueblo” no se equivoca; he de gritar muy alto que ese aserto es del todo falso;
¡el pueblo se equivoca y, a veces, elige y consigue lo peor!
Y, el 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se
equivocó: se amotinó, porque “se llevaban”
a Francia, donde ya estaban su padre Carlos IV y su hermano Fernando VII, al
infante Francisco de Paula y a su hermana María Luisa. El enfrentamiento entre los madrileños y las
tropas francesas fue absolutamente salvaje y, el día 3 de mayo, sofocada la
revuelta, el “escarmiento” del Mariscal Murat, (murió fusilado en Nápoles siete
años después, en 1815), aún peor.
Lo ocurrido entre los días 2 y 3 de mayo de 1808
marcó el futuro de España (y también el de Francia). Los españoles sufrimos la Guerra
de la Independencia y ganamos uno de los peores reyes de nuestra historia, Fernando
VII, el felón, ese que, para sostenerse en el poder, recurrió a la Santa
Alianza, e hizo venir de Francia y permanecer en España, durante más de cinco años
(1823-1828), a los Cien Mil franceses, hijos de San Luis.
Claro que, también es verdad, los españoles a veces celebramos
como éxitos los mayores desastres: el 2 de mayo fue durante muchos años fiesta
nacional y ahora lo es en Madrid, dedicamos calles a los comuneros de Castilla,
loamos la Segunda República y, hay quien lo anuncia, pronto rezaremos ante la estatua del doctor Sánchez en la Puerta del Sol de Madrid.
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