Tengo claro que, salvo contadas excepciones, las personas de mi edad, dejamos de ser actores y pasamos a ser espectadores en el teatro de la vida. Y ello, siendo bueno para la sociedad, lo acepto, y asumo de buen grado el papel de espectador, incluso el de espectador “poco entendido”.
Sin embargo, la vida, porque es vida, no deja de regalarnos sorpresas. Hoy, mientras daba gracias a Dios porque los médicos han evitado que las goteras de dos buenos amigos los arrastrasen al otro mundo, de repente, me he sentido entre angustiado y compelido por doña Urraca y don Pascual, dos de los personajes de Retorno a lo imposible, que sienten la necesidad, están empeñados y exigen nacer, quieren que termine la novela, ¡es tan duro!, quiero, queremos vivir, ¡tienes que escribir!, me dicen una y otra vez; se me ha encogido el corazón; realmente los hijos, también los del pensamiento, una vez concebidos no son de su padre, tienen sus propias consciencias, no tienen dueño, sienten que tienen derecho y quieren vivir.
Es verdad que cuando escribes una novela, poco a poco, los personajes van cobrando vida propia y son ellos, no tú, quienes desarrollan la trama hasta el final, pero lo que hoy me ha ocurrido es, ha sido, una experiencia nueva, apasionante sí, pero extraña, nunca había sentido, al mismo tiempo, en el corazón y en el cerebro, la voz angustiada de personas que siendo solo pensamiento, exigen tener su propia vida y vivir.
Mañana, luego de semanas, volveré a escribir, tengo que terminar la novela, no me siento capaz de escuchar otra vez los gritos de doña Urraca y de don Pascual compeliéndome porque quieren vivir.
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