Hace años, sin duda más de cincuenta, en La Paz seguro, y sin
que pueda recordar las circunstancias, alguien puso en mis manos un gran
regalo, la mejor forma para deshacerse de un enemigo: el embrujo del sapo.
Se requieren varias cosas: un pelo, mejor un mechón; un dibujo,
mejor una fotografía, del enemigo; una cinta; una caja de zapatos, y un sapo
vivo.
Una vez tienes todos los elementos reunidos, tomas el sapo en
las manos, sobre su lomo colocas el mechón, encima la fotografía, con la cinta
se atan muy bien, con varias vueltas, sapo, mechón y fotografía, de modo que no
se muevan; se mete todo en la caja de zapatos que, una vez cerrada, se coloca bajo
tierra en un lugar que sea difícil encontrarla.
Y, poco a poco, hay que tener bastante paciencia, el sapo sin
poder respirar ni comer se va muriendo y después se va secando, esto va
despacio, pero cuando está del todo seco, inexorablemente, el enemigo está
muerto.
Claro, y es verdad que el embrujo tiene mucho de bueno para
quien lo practica: el secado del sapo produce terribles y continuados dolores en
todo el cuerpo del enemigo; y, cuando llega, por más que investiguen los
médicos, no es posible encontrar la causa de la muerte.
Y, realmente, ¿funciona el embrujo del sapo? La verdad es que
no lo sé, ni cuando me lo explicaron ni ahora, aunque lo he pensado, por si acaso,
me he atrevido a usarlo.
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