Creo firmemente que el
mayor pecado que puede cometer un hombre es el de omisión, el de no hacer, sean
cualquiera las razones, lo que uno debe hacer cuando sabe que lo debería hacer.
Pero también creo firmemente
que, por hacer, se pueden cometer errores que pueden tener efectos aún peores
que el no hacer.
Sin embargo, en tiempos de
gran convulsión es extraordinariamente difícil saber qué es lo que cada uno, en sus
circunstancias concretas, puede y debe hacer sin añadir mayores males y más
convulsión a la que ya se está viviendo en la sociedad.
Por otro lado, y esto lo deberíamos saber todos y nunca olvidarlo, desde que el hombre es hombre, la sociedad ha avanzado a trompicones, con periodos buenos, tranquilos y de progreso, que, casi inexorablemente, terminan en etapas de convulsión, con poca o mucha sangre, y cuyo resultado es, tarde o temprano, otro tiempo de paz y prosperidad.
Centrándonos ahora en los tiempos
de convulsión, hay que señalar, parece una ley, que cuando estos comienzan, porque su origen se debe a un conjunto de
múltiples causas y no pocos cisnes negros, entrecruzadas, cobran fuerza y
crecen hasta que, convertidas en un huracán, la sociedad explota. Así ha sido
siempre en la historia, no hace falta poner ejemplos, y en estos
momentos en el mundo, más que nunca hasta ahora, estamos en una de las etapas
más convulsas en muchos años y, esto es novedad, por primer a vez, alcanza a la
totalidad del planeta.
Ah, a lo anterior hay que
añadir que, cuando la etapa de convulsión llega, es imposible determinar su momento álgido y aunque el
papel de los individuos aislados es insignificante, quizá nulo, siempre hay uno o varios grupos nuevos porque los viejos consiguen nada, muy pequeños y
muy integrados, con líderes fuertes, con ideas, las que sean, muy claras, decididos a imponerlas, con una
estrategia, que, usando todos los medios a su alcance, aspiran a tomar el poder y luchan a muerte hasta que uno de ellos se impone e implanta en la sociedad un
sistema de gobierno rígido y autoritario, dirigido por el grupo ganador; la historia
está llena de grandes dictadores y monarcas que así comenzaron sus mandatos e
inauguraron y mantuvieron luego, con mano firme periodos de prosperidad en la
sociedad.
Y, ahora, volviendo al
comienzo de esta entrada, y reconociendo el efecto de las acciones, en
solitario, de los individuos como tales es, además de arriesgada para la persona,
insignificante o nulo en la progresión imparable de la convulsión y menos
todavía en su solución, nos encontramos con la tentación de cometer,
¡justificándonos!, el pecado de omisión.
Pero ¿Qué hacer?: lo primero e imprescindible, es pensar y pensar sin límites. Es vital fijar las grandes ideas, definir
el modelo de sociedad que queremos establecer al terminar el tiempo de convulsión.
Y, arriesgando mucho, decidir si realmente lo queremos. Luego hablar, muy
bajito, y muy en silencio, ¡hay muchos enemigos acechando!, con muy pocas
personas, aplicando el principio del doble efecto, dispuestos a morir en el empeño, comenzar a trabajar…
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