Luego de casi cuatro meses, tras una
difícil enfermedad que bien pudo haber sido fatal y de una dura convalecencia,
prácticamente curado, he vuelto a casa dispuesto a vivir y aprovechar,
agradecido, la vida que Dios, el destino o, quizá el simple azar, me ha concedido.
Y, por otro lado, debo decir que a largo del último año, en la
conciencia de ser del todo prescindible, había madurado la decisión de poner
punto final a la necesidad y el hábito de seguir escribiendo.
A lo largo de los últimos diez años, en diez
libros publicados y en cientos de entradas en mi blog, ya había comunicado a
mis hijos, a mis nietos, a todos los miembros hoy niños y jóvenes de mi gran
familia y de las familias de mis muchos amigos, los conocimientos, las
experiencias y, sobre todo, las creencias, de un abuelo que ha tenido la
fortuna de vivir los inmensos cambios que se han producido, en España y en el
mundo, en los cincuenta y seis años del siglo XX y casi veinticuatro del XXI en
que he vivido, por si pudieran serles de
utilidad en la construcción de sus propias vidas. Y, por ello, era inconveniente
y del todo innecesario, lo repito de nuevo, seguir escribiendo.
Sin embargo, mientras se cerraban las
heridas de la operación, en las muchas y largas noches de insomnio, lleno de dolores,
llamaba mil veces, buscando consuelo a mi padre, a mi mujer y a todos mis muertos,
y ellos, lo sé bien, aunque siempre me respondían con silencios, fueron
poniendo ante mis ojos y llenando mi pensamiento con esa idea, tan sabia y cristiana, de que la
vida es, además de contingente y prestada, para algo, para que, para los demás,
hagamos o sirvamos para algo.
Y, si ya lo he hecho todo, ¿qué hago?, me
he preguntado una y otra vez hasta que la voz de Cristina, mi mujer, me regaló,
con sus más claras palabras, la mejor de las respuestas: José Luis, no te atormentes y haz lo que tengas que hacer.
Y aquí estoy, a los dos días de volver a
casa, de la mano de mis muertos, para quienes aún vivimos, estoy
escribiendo.
Nota: a continuación, transcribo un
microrrelato de 99 palabras que escribí hace muchos meses para un concurso que
no ganó:
HACER LO QUE HAY QUE HACER
Aunque, desde niño, sé bien que es obligado hacer lo que
hay que hacer, ahora, en la vejez, con menos fuerza, desgastado el ánimo,
me veo inmerso en un mar de cansancio, agotado, y lleno de dudas sobre qué es
hoy para mí, eso de hacer lo que hay que hacer.
Y, tumbado en el suelo, otra vez me he caído, sin poder
levantarme, ahora, como una luz casi apagada, la sombra de mi propio fantasma
susurra primero y grita luego: lo sabes, no hagas nada, estate
quieto, el destino siempre te alcanza.
4 comentarios:
Ánimo, si estamos aquí es porque tenemos alguna función, aunque solo sea dar ejemplo
Así es la vida y solo así, se la hemos contado
Jose Luis no sabes como nos alegramos de que ya estes en casa.
Si sigues con nosotros es porque Dios quiere darnos una alegria a los que te queremos. Un abrazo muy fuerte.
José Luis, como ya te he dicho en otras ocasiones, tienes una función en la vida que aún no ha terminado… Dios sabe más
Publicar un comentario