Cuando éramos niños quienes ahora somos viejos,
una de las mayores preocupaciones de nuestros
padres y de nuestros maestros era evitar que sus hijos y discípulos cayeran en manos
de lo que entonces se llamaban “malas compañías”, que, por otra parte, en la
sociedad de entonces eran una pequeña minoría.
Siempre, entonces y ahora, parecía y quizá
es, mucho más atractivo para un niño o un joven estar cerca y disfrutar con
otros haciendo cosas “divertidas”, sobre todo por estar fuera o en contra de
las normas marcadas por la sociedad.
Y, para colmo, mientras los padres o maestros
no se enterarán, las cosas resultaban más fáciles y gratificantes estando con “los
malos” y haciendo maldades, que siendo un niño o una niña modosos y
trabajadores: copiar era mejor que estudiar, hacer novillos más divertido que
estar en clase, o hablar en misa mucho menos aburrido que escuchar al cura
hablado en latín; todo era más fácil siendo malo que siendo bueno.
Además, los chicos, aun los mejores, envidiaban
a “los malos” porque estos tenían a las chicas más atractivas, y las chicas, aún las mejores,
tenían más interés por “los malos” que por los buenos.
Evidentemente, los adultos de entonces
tenían muy claro que, porque “los malos”, si no dejaban de serlo, al final
acababan mal, y que quien anda con malos,
aunque no quiera, sufre mucho, deja de serlo o se hace malo, trataban de
evitar a toda costa que sus hijos y, especialmente sus hijas, estuvieran con malas
compañías.
Han pasado muchos años desde entonces, pero
en la sociedad actual sucede más o menos lo mismo, nada ha cambiado, el bien
sigue siendo el bien y el mal sigue siendo el mal, y sigue habiendo muchas personas,
no lo pueden remediar, que sienten atroz atractivo y se juntan, haciéndose como
son ellas, malas compañías.
Pero, una vez más lo diremos, el mal es
muy peligroso y al final se paga, obviando la realidad del “dime con quién
andas y te diré quién eres”, cuando se descubre algo muy malo, pasa lo que pasa,
en el seno de las malas compañías se dice, gritando, aquello del ¡yo no he sido!,
¡hice lo que puede!, ¡yo no lo sabía!, ¡me engañó!, ¡yo no tengo la culpa!, ¡es
que parecía bueno y era muy malo!
Y, algunos, a veces los peores, se
salvan, y los que no eran del todo malos, lo pagan.
¡Qué razón tenían nuestros padres y nuestros
maestros cuando nos prevenían de las malas compañías!
Nota: la imagen que ilustra esta entrada está adaptada de otra tomada de 123 RF en Internet.
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