Mi
padre decía que no hay nadie más tonto
que el que se pasa de listos y, según parece, a nuestros políticos, en cuanto se descuidan,
les sale la vena y se pasan de listos.
Como es
lógico, conocido, muy normal y sumido
con naturalidad, desde siempre, en toda España hay diputados nacionales y autonómicos,
alcaldes, concejales y políticos de todas las adscripciones, que nacieron en
lugares muy distintos y en no pocos casos
muy distantes, de aquellos en los han
sido elegidos para ocupar cargos
públicos.
También,
lamentablemente, es normal, escuchar en bocas fanatizadas, de todos los colores
políticos, locos absurdos que tratan de provocan
y, a veces lo consiguen, la ira y el
desafecto entre los ciudadanos de los distintos pueblos y regiones de España.
Pues
bien, desde aquella vez que escuché, a una señora muy docta, política de alta
vara, aquello del “finiquito en diferido”, hasta esta semana, no había visto a
otro político pasarse tanto de listo
como lo ha hecho uno de esos listos que,
porque sus jefes le han nombrado, en Andalucía, ordena y manda.
Pues
mira que bien: El delegado del gobierno, en la
campaña electoral para las elecciones autonómicas andaluzas, pidiendo sus votos para el partido que
gobierna España, textualmente ha dicho: “Yo no quiero y no me gusta que a Andalucía se la mande desde Cataluña ni
que su futuro lo decida un político que se llama Albert”.
Es
evidente que este señor es tan tonto que merece una estatua
por tonto y que, al igual que muchos otros políticos,
hasta los de más alta vara, por no
callar, cuando se sienten acosados abren
la boca y se pasan de listos.
Y, con
espanto, me pregunto: ¿A pesar de todo, con
lo que llueve, estos políticos,
pasándose de listos, conseguirán
nuestros votos?
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