Estoy
hasta la coronilla, ya sé que para
presumir hay que sufrir, pero ya no puedo soportarlo. Vestir pantalones es peor
que una desgracia.
El
otro día, de visita en una casa amiga, en el cuarto de baño, de pie frente al
retrete, dispuesto a desbeber, subí
las dos tapas, y suspiré. En ese momento, levanté la
vista y, al hacerlo, justo enfrente
una señal de prohibido me cerró el
grifo de desbeber.
Como
soy, además de respetuoso, muy
resolutivo, acosado por la necesidad, me di la vuelta, dejé el retrete a mi
espalda, me quité la chaqueta, solté los tirantes, desabroché el botón, me bajé
juntos, al mismo tiempo, los dos
calzones, me senté, me levanté, me volví, baje la tabla, me senté en la madera y respiré.
Desde
luego, si en lugar de pantalones hubiera llevado falda, con dos movimientos,
uno de subida y otro de bajada, en un pis pas hubiera estado sentado
tranquilamente en la tabla. ¡Qué pena no poder vestirme con faldas!
Desde
que me pasó no he dejado de pensar y me
he documentado: hay países que prohíben en sus cuartos de baño desbeber de pie;
aquí, en muchas casas los chicos, si se descuidan un poco, lo pasan mal;
y, en todas partes, los que somos mayores, me lo han dicho muchos, además de
inundar el suelo, nos manchamos los
pantalones y aunque se secan pronto, enseguida hueles a viejo.
Está muy claro, llega un momento en vestir pantalones es un lujo, entre difícil e imposible. Por ello, en cuanto me atreva, usaré uno de esos modelos de faldas amplias o estrechas, negras, blancas, rojas, amarillas, azules, verdes, grises o irisadas que, diseñadas para hombres, he visto en Internet.
Nota:
Adjunto, por si a alguien le interesa, una fotografía encontrada en Internet.
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