Hace
algunos días, con muy buenos modos, fui conminado a disertar,
en la sobremesa de la cena-reunión trimestral que celebrará, en el mes de junio, el
selecto y cerrado Círculo 10 Cuñados,
sobre La Felicidad, un tema que todos
consideran importante y que debe ser
objeto de la atención del
Círculo.
Por supuesto,
con naturalidad, consciente de mi saber,
de mi capacidad para descubrir e interpretar conocimientos ajenos y, sobre todo, de presentar como propios los hallazgos
de otros, acepté la propuesta del Presidente del Círculo que, más tarde, como
es costumbre, el Secretario reflejó en el acta.
Es fácil me
dije entonces, tengo bastantes libros, algunos los he leído, colecciones de
revistas blancas y amarillas, de esas
que antes subrayaba, acceso rápido a Internet, algunos amigos que de estas
cosas saben y, lo que es mejor, tres meses para preparar los siete minutos de disertación y las ciertamente
sencillas pero sin duda peligrosas, preguntas que saldrán de las cabezas, bien nutridas, del resto de los comensales.
Pues
bien, por si acaso, para asegurarme,
hace más de una semana comencé a prepararme y, como siempre, lo he hecho con rigor. Me explico:
Primero
fui al Diccionario de Real Academia que dice, como primera acepción de la palabra, que felicidad
es estado de grata satisfacción espiritual y física; como
segunda, persona, situación, objeto o
conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz y, en la tercera acepción, afirma
que felicidad es ausencia de
inconvenientes o tropiezos.
Por
supuesto, aunque tranquilo, porque se confirma que el tema no es ni difícil ni complejo, avancé
un paso más. Me costó un buen rato
encontrar en mi desordenada biblioteca los libros de autores que, por su
saber y rigor, iban a dar lustre a mi
alocución y, muy decidido, comencé a
leer.
Para empezar, como siempre, Aristóteles, es mi referencia; seguí con Séneca, al que en este tema siempre se cita.
Luego Epicuro, al que descubrí muy joven;
a continuación Leibniz, todavía me
cuesta trabajo entenderle. Eysenck, ¡qué vergüenza!, debería
haberle estudiado hace años y no lo hice, le he
descubierto ahora. No he dejado a Nietzsche, aunque ya de joven y aún ahora,
me da miedo. Seligman, el psicólogo positivista que estudié en la carrera y mi admirado Sciacca. Alain, al que casi entiendo, me ha hecho pensar. No he
dejado, aunque “me lo sé”, a Laín Entralgo. Puedo afirmar que Julián Marías, sigue más que actual y me he
convencido de que Punset
es una de las mentes más dotadas
de nuestro tiempo.
La verdad es que, leyendo y pensando, he estado entretenido y algo he aprendido pero, para
hablar en el círculo de los 10
Cuñados, resulta insuficiente.
Por eso, como mi
conexión a Internet, está pagada, me lancé a mirar, bastantes, casi todos aburridos y vulgares, de los infinitos textos de autoayuda que circulan en la red. Ninguno explica,
aunque la prometen, qué es la felicidad.
Pues bien, con la convicción de que ahora sí
tengo un problema, he cambiado el método, en lugar de leer he buscado,
hasta más allá de donde me llega la memoria, personas que he conocido y que son o hayan sido, de verdad, felices. He pensado que, si llego a saber los
por qué, induciendo primero y
construyendo después, acaso, es posible que quizá, antes de que llegue junio,
pueda explicar qué significa la
palabra felicidad. Lamentablemente, pese a mí
esfuerzo, fuera de un par de personajes de la novela romántica que estoy
escribiendo, todavía no he encontrado a ninguna persona de la que
pueda pensar que es o, al menos,
que fue feliz.
Sin embargo, soy tenaz, seguiré
trabajando, pero, pido a mis lectores, porque saber explicar qué es la felicidad, para
mí es, con lo que ya sé, muy
difícil, que si usted puede hacerlo, por favor, téngalo a bien y écheme una manita.
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