A
una hora de AVE y otra media de taxi, en la entrada del valle del Esgueva, una
doble hilera de álamos cubre la
carretera y enseguida, en un feo día de
noviembre estamos en nuestro destino, al
pie de la torre de una gran iglesia, el
centro de un antiguo pueblo castellano.
Hemos llegado, estamos en Esguevillas de Esgueva.
Veo
a mis buenos amigos, Luis y Pedro de pie,
junto a la escalinata del templo, observando el lugar en silencio; sé bien
que llevan muchos kilómetros inmersos en las muchas dudas que
regala el gris triste de esta
mañana a nuestra estancia en el campo de Castilla.
Dos
personas no están esperando; van vestidas de oscuro, una de rostro limpio,
la otra bajo una gorra gris y un gran bigote entrecano, y las dos, con
expresión alegre y sonrisas amplias, se nos acercan, son Vicente e
Isidoro, nuestros anfitriones en Esguevillas
de Esgueva y en Bodega el Recodo.
En
pocos minutos el ambiente es grato y familiar, acaso porque Luis es
descendiente directo de Don Blas de Lezo
y
Vicente experto en la vida y obras del gran héroe español, Isidoro y
Pedro comparten además de amigos mil experiencias en eso de los vagones y las locomotoras de la
alta velocidad, la conversación es fluida y, para mí, que soy el único no
ingeniero y en todo lego, apasionante.
A
pocos pasos de la Iglesia, a la izquierda, está la bodega. Es un edificio alto,
parece de una sola planta; en el exterior un patio en el que comparten espacio, primero la
bandera de España, un precioso ciprés, las cubas con el nombre de la bodega, el Recodo, luego el gran portalón de que da acceso al interior,
un pozo y un abrevadero del siglo XIX
cargados de flores, grandes cubos
de acero alemán unos vacíos y otros con clarete de este año, toneles de variadas
hechuras y otros objetos que, según nos
explican, todos tienen utilidad.
Los
minutos pasan deprisa y el tiempo para la visita corto, apenas hemos gozado el
sabor del patio cuando Isidoro nos urge para volver a la iglesia: Mariano nos
está esperando.
Mariano
es Don Mariano Díez Loisele, el erudito que, junto a su mujer Mary y las mujeres del pueblo, ha sacado
de lo anodino y restaurado la hermosísima iglesia de Esguevillas de Esgueva.
Es
un templo del siglo XVI, edificado sobre otro menor, quizá una ermita, con la nave central herreriana,
copia de la Catedral de Valladolid, y gótico en el resto.
La
primera impresión es deslumbrante: un suelo de madera impecable, limpia, brillante,
un retablo de transición, entre renacentista y barroco, con un grande y precioso San Torcuato, una pequeña virgencita románica del siglo XIII, impecablemente
restaurada, bajorrelieves, imágenes del XVII, cuadros del XVIII y XIX…una joya.
La
sacristía, el coro, el cuarto del tesoro de la iglesia con la custodia, varios
cálices, cruces, candelabros, casullas, capas pluviales y una mitra que Mariano
piensa es uno de los indicios que hacen
pensar que, en otro tiempo, un abad fuera la cabeza de este santo lugar.
Las
explicaciones de Mariano nos hacen disfrutar la belleza de una alhaja escondida
en Esguevillas y nos hace saber de las muchas joyas románicas, los castillos y los
muchos lugares con historias y también
leyendas que llenan el valle del Esgueva.
Pasadas
las dos de la tarde cruzamos el portalón de El Recodo. En una pantalla gigante casi
abruma, la imagen de Don Blas de Lezo, blandiendo la espada, en Cartagena de Indias.
Vicente
e Isidoro nos explican el proceso que lleva, desde las vides hasta las
botellas, su gran obra, el carralasmayas. Desde el cuidado de las vides, la vendimia,
la primera fermentación, el sombrero y el pisado, las precauciones y controles y los sustos a lo largo del tiempo…
La
comida, en el comedor de la bodega, un lujo: pimientos rojos asados por Vicente que también nos
ofreció un muy buen bacalao al pil pil; deliciosas chuletitas de cordero preparadas
por Isidoro, ensaladas y postres, todo
regado con dos botellas de clarete Blas
de Lezo y tres o cuatro de carralasmayas 12 + 12.
Pero
si las viandas fueron buenas, la conversación una delicia: Don Blas de Lezo, el pueblo y el valle, castillos,
iglesias románicas, historias y leyendas,
Colombia y México, todos los comensales
conocen México; más recuerdos de Don Blas
de Lezo; los trenes del mundo, desde el
tren de las nubes y el primer pendular hasta los de alta velocidad…
Y
otras sorpresas: un ejemplar de mi novela “Julia”, muy a la vista,
en una mesa auxiliar y el gusto de poner nuestros nombres en el libro de honor de Bodega el Recodo.
El
tiempo pasa deprisa, para volver con tiempo al AVE tuvimos que levantar la
mesa y, tras un paseo por el centro de
Esguevillas de Esgueva, dejamos a Isidoro, con Ángel su ayudante y Ori su
perro, al cuidado de la bodega y, con
Vicente, regresamos a Valladolid para tomar el tren de regreso a Madrid.
En
resumen: un viaje magnífico en el que hemos conocido la Bodega el Recodo, hemos
bebido su clarete Blas de Lezo, hemos saboreado su carralasmayas 12 + 12 y,
sobre todo, disfrutado el placer de habernos sentado en la mesa de dos hombres
que, por ser extraordinarios, ha sido un honor conocer: Don Isidoro Herrero y Don Vicente Lorente Herrero.
Sí,
ciertamente, el viaje de este día 23 de noviembre de 2017 será para Luis, para Pedro y para mí, un muy
buen recuerdo.
Nota:
La
dirección del espléndido blog, centrado en la historia local de Esguevillas y en el valle del Esgueva, de Mariano
Díez Loisele
es
http://relatosdemarianodiezloisele.blogspot.com.es