DIMENSIÓN Y ALARIDO
He leído, en una nube de dolor y alegría, Dimensión y Alarido, la última obra de Emilio Rodríguez González (1938-2020) el poeta, el amigo, que durante muchos años, con sus palabras y sus versos, ha iluminado los rincones más escondidos y más obscuros de mis pensamientos.
El libro, una edición no venal, al cuidado de Javier Olite Áriz, de San Esteban Editorial – EDIVESA, contiene, adornados con una sentida presentación del mismo Javier, un inspirado Comentario de Valentín Tascón y un erudito Cierre de Mercedes Marcos Sánchez y Antonio Sánchez Zamarreño, los treinta y seis hermosísimos poemas, plenos de vida, que, cómo el mejor de los regalos, el poeta ha legado a quienes le hemos admirado y querido, a sus amigos.
Ahora, agradecido, elijo y comparto dos poemas del libro, hermosísimos lazos de vida que sujetan dolores de alma:
DE LA AUSENCIA
Hay un amigo aupado
sobre la ruina
de los trenes.
Su gesto de pañuelo
agonizante
me pone azul
la tarde,
me incendia
la mirada.
MUTACIÓN
Y tú estabas allí
cuando la tarde
apagaba su grito
en las pupilas.
La ausencia se perfila
como un hueco
que va llenando
el ámbito del pecho.
Y sí, volveré a leer, muy despacio, una y otra vez, saboreando cada verso los poemarios de Emilio Rodríguez González, sobre todo los cuatro últimos, y para mí los más queridos del poeta: Rimero de silencios, Lugar de manantiales, Penúltimo cansancio, y este Dimensión y Alarido.
Dios bendiga a su siervo, al gran poeta que fue Fray Emilio, mi amigo.
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