miércoles, 15 de diciembre de 2021

973. AVENTURAS EN LA MUCHA EDAD


Lo he dudado, lo he dudado mucho, pero por aquello de los sucedidos  que ocurren a los viejos en no pocas ocasiones son motivo de sonrisa y, a veces, regalan carcajadas a otros viejos, me atrevo a contar hoy lo que me ocurrió hace dos o tres días, en la noche del domingo al lunes.

Solo en casa, en mi cama, en plena noche, más tarde supe que eran las tres y veinte de la madrugada, dormía como un niño cuando algo me hizo despertar: en la penumbra de la  luz encendida del pasillo, veo a una persona vestida de obscuro, posiblemente de negro que, de pie, junto a mi cama, me estaba diciendo algo, asombrosamente no me asusté y, porque no entendía lo que el hombre, muy amable,  me estaba diciendo, y porque soy persona bien educada, me incorporé en la cama y pregunté:  

   -Por favor, hábleme alto, estoy un poco sordo y no tengo puestos los audífonos…

-¿Está usted bien?, soy de la teleasistencia del Ayuntamiento de Majadahonda, ¿está usted bien?

-Sí, estoy bien, pero, ¿qué hace usted aquí a estas horas? ¿sabe usted qué hora es?

-Es que usted ha pulsado la alarma, le hemos llamado por teléfono,  no ha contestado y hemos venido a ver si le pasaba algo…

-Pues no he oído el teléfono, estoy un poco sordo y por las noches me quito los audífonos, pero, ¿qué hora es?

-Son las tres y veinte, así que está usted bien…

-Sí estoy muy bien, espere un momento, me levanto, me pongo la bata y le acompaño a la puerta -, dije mientras comenzaba a salir de la cama.

Manteniendo su asombrosa amabilidad, el hombre me contestó: -No hace falta, siga usted durmiendo, ya nos vamos, apagamos la luz y cerramos la puerta -,

Me dejé caer y, mientras me cubría, hasta la nariz, con el edredón, vi apagarse la luz del pasillo, escuché el golpe de la puerta y el ruido de la cerradura al cerrase con la llave y, enseguida, estaba de nuevo durmiendo.

A las ocho de la mañana, después de desayunar, recordé lo que había pasado, me senté cerca del aparato de la teleasistencia, un muy buen servicio del ayuntamiento para cuidar a los viejos que viven solos, no sin vergüenza, pulsé el botón y, cuando una señorita muy amable me respondió, expliqué con detalle lo que ella ya sabía, pedí mil excusas y prometí no volver a pedir, sin querer o sin necesidad, auxilio. Ella fue muy amable, me volvió a preguntar si estaba bien, me deseó un buen día y no me regañó….

Y, como dije al principio, espero que este relato, del todo verdad, sirva de solaz y haga sonreír a alguno de mis muchos amigos, especialmente a algunos de esos que no tienen la fortuna de seguir viviendo pequeñas aventuras al llegar a viejos.

 




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