Hoy, 26 de diciembre, me he levantado pensando, con no
poca añoranza, en la tía Carmen, la hermana mayor de la madre de mi mujer; hoy es el día de su cumpleaños, más de cien, no
recuerdo cuantos, y mis ojos y mi alma se han llenado con su presencia y la fuerza de su corazón lleno
de amor.
La tía Carmen, una mujer capaz, recta y bien formada, miembro
desde joven, de la IT, la Institución Teresiana
fundada en los años 20 del siglo pasado por el Padre Poveda, fue una mujer con dos grandes
pasiones: el amor a Dios al servicio de los demás, y su familia; y esto lo
escribo ahora, porque lo obvio muchas veces es lo primero que olvidamos, y
porque, quizá, es lo que explica el valor de una valiosa tradición familiar
que, los años, el devenir de la vida y la muerte de los mayores, hoy, con gran
tristeza, no podemos celebrar.
Hace treinta y cinco años, quizá más, luego de haber realizado
una intensa y valiosa misión social y apostólica en Portugal, la tía Carmen volvió
a España para seguir aquí ayudando a los demás a ser mejores, y con cerca de
sesenta años, no solo opositó y ganó una cátedra de Lengua Española que
desempeñó hasta su jubilación, sino que, además, emprendió otra muy difícil tarea,
mantener unida a su familia.
Así, la tía Carmen, desplegando todas sus habilidades
y todo su cariño, poco a poco, en silencio y derrochando amor, se fue ganando las
voluntades de los hijos y especialmente de los nietos, entonces muy jóvenes, de
sus hermanas. Y, cuando hubo conseguido “la fuerza” suficiente, no fue fácil, dio
un segundo paso: comenzó a reunir, cada 26 de diciembre, para celebrar el día
de su cumpleaños, a toda la familia, a sus hermanas, sobrinos y nietos, en una
comida, casi siempre, en un buen hotel
de la calle Zurbano.
Aquellas comidas, lo sé bien, contribuyeron con éxito
a mantener la relación y la unidad en una familia en la que son frecuentes “las
ideas propias” y los “caracteres fuertes”.
Cuando, ya mayor, murió la tía Carmen, durante dos o
tres años, sus hermanas mantuvieron la celebración y
luego, tras el fallecimiento de mi suegra, la tía Chelo, mujer de inmensa
bondad, asombrosamente, para bien, normalmente
en tiempo de Navidad, una vez al año, consiguió seguir reuniendo en una estupenda cena, en
recuerdo de sus hermanas, a toda la familia.
Y hoy, con profunda nostalgia, lamento que el
fallecimiento de la tía Chelo, la pandemia y, sobre todo, el devenir de la
vida, haya terminado con la tradición que era, en la familia de Cristina, de mi
mujer, celebrar el cumpleaños de la tía Carmen y con ello, debilitado lo que
era su principal propósito, mantener unida a la familia.
¿Podría, cuando termina la pandemia, volver a
celebrarse el cumpleaños de la tía Carmen? Así lo deseo, y espero que, porque ella fue santa, haga ese precioso milagro desde el cielo.
En todo caso, y como siempre, hoy, en tu día, tía Carmen, te deseo un muy feliz cumpleaños.
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