Mañana, 31 de diciembre, termina el año 2023, y el hábito
adquirido de niño me hace sentir, como a tantas personas de mi generación, que es
momento de reflexionar sobre el pasado y pensar, decidir quizá, sobre el futuro.
Sin embargo, debo decirlo, cuando llegas a viejo, en algún momento,
también sientes que el tiempo ha pasado muy deprisa, tanto que la propia vida
parece un instante en el que se mezclan, confundidos, el ayer, el hoy y el mañana,
que ya eres prescindible, el pasado es pasado, es falacia mirar al futuro y porque
no puedes hacer nada, es mejor no pensar y dejar, sin resistencia, que los
vientos del azar te lleven a cualquier parte, no importa cuál.
Y, debatiendo conmigo mismo, quizá sacando fuerza de la
flaqueza y, ¡sorpresa!, sin sentir demasiado el esfuerzo, como muy bien decía
Cristina, mi mujer, retorno al camino de hacer lo que hay que hacer.
Sí, el año 2023 ha sido un año difícil, muy difícil: el
entorno ha sido convulso, se han puesto en duda, quizá amortizado, las grandes virtudes,
prudencia, justicia, fortaleza y templanza; se ha perdido la fe, cabe poco la
esperanza y se ha deformado la caridad; parece que ahora, en la sociedad
actual, el fin justifica los medios y no importan el amor y la verdad. Y, en lo
próximo he visto de cerca dudas, y me han visitado, unidas la impotencia y la
enfermedad.
Pero, también, en el entorno, en este año, también he visto
que, junto a mucho malo, sigue existiendo un inmenso caudal de esos inmensos
bienes que son el amor y la paz, que continúan viviendo millones de hombres y
mujeres que tienen fe, mantienen la esperanza, hacen suya la caridad y, en sus
corazones, reina la libertad. Y, en lo próximo, en lo propio y familiar, un año
más, los bienes y los males han sido lo natural, un regalo de la vida que he de
agradecer al cielo cuando han venido, los tenemos, los tengo, y cuando se van.
Y sí, en resumen, 2023 ha sido el año rico en bienes y
males por el que hemos de dar gracias al cielo, y abre ante nosotros un tiempo nuevo,
2024, para ser, si Dios quiere, vivido.
Nota: la fotografía, con cinco de mis siete nietos, que ilustra
esta entrada, es muestra de ese milagro maravilloso que es la continuidad de la
vida.
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