Comenzando por el principio, fanatismo
es, según el Diccionario de la lengua, el “apasionamiento y tenacidad desmedida
en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”;
y es sinónimo de “intransigencia, intolerancia, obstinación, extremismo,
radicalismo, sectarismo, exacerbación, exaltación, incondicionalidad”. Y,
fanático es, también lo dice el Diccionario de la lengua, el que “actúa con
fanatismo”.
Y, con base en lo anterior,
avanzamos con el ejemplo de nuestros grandes fanáticos: no, el doctor Sánchez no es un fanático, él carece de tenacidad
desmedida en la defensa de creencias u opiniones y actúa cambiando de criterio
siempre que conviene o le viene en gana, y, ¡asombrosamente”, sabe usar su poder
para convencer, o comprar, todo tipo de voluntades. Me refiero a personas como el
ilustre jurista, don Cándido Conde – Pumpido, a algunos de sus colegas en el
Tribunal Constitucional, o a uno de mis viejos conocidos, casi amigo, abogado
socialista, que, quizá por muy pío, ha incorporado a su religiosidad una buena dosis de fanatismo ”progresista”.
Entiendo que es de bien nacidos ser
agradecidos y que es natural estar con quien te ha hecho el gran honor, el
doctor Sánchez, de nombrarte miembro o presidir
el Tribunal Constitucional; o entregarte, el mismo doctor Sánchez lo ha hecho,
una gran suma de dinero, mucho más que a ninguna otra, a tu fundación para,
¡mira que soy bueno y generoso!, apoyar a los pobres y desvalidos emigrantes.
Lo que entiendo menos es que esos
ilustres juristas, en principio hombres de bien, hayan decidido quebrantar el
espíritu de la Constitución, ¡habían jurado respetarla!, y apoyar las
decisiones claramente inconstitucionales del, dicen rodeado
de corrupción, presidente el Gobierno, doctor Sánchez.
Y lo que ya no entiendo de ninguna
manera es que estos hombres, seguro que, de buena fe, hayan olvidado las bases
de su formación jurídica, que entes siempre habían respetado, para convertirse en
fanáticos, seguidores de un líder carente de límites y, sin principios.
Imagino que, para ellos, en la
cumbre de sus carreras profesionales, no han querido ver, o que, viéndolas, han
valorado y aceptado las consecuencias, muy tristes, para sus hijos y sus nietos, de haber entrado en esa lista, tan
especial, que inaugurada por el Conde don Julián, incluye al noble Bellido
Dolfos; al secretario de estado Antonio Pérez y, al rey Fernando VII, los
españoles bien conocemos.
¡Qué triste es tener un abuelo del
que todo el mundo sabe que fue un felón!
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