El hecho, terrible, de que un señor, Íñigo
Errejón, un líder de la regeneración, profesor universitario, comunista, feminista
y luchador incansable contra la corrupción haya sido denunciado y, a la espera
de lo que dentro de un tiempo puedan decir los jueces, haya sido condenado por
la sociedad por acoso y maltrato a un buen número de mujeres me ha llenado de tristeza
y consternación.
Y la causa de mí tristeza no es porque este hombre haya cometido sus
desmanes siendo un miembro destacado de la clase, éticamente superior, que, ellos
dicen, son las izquierdas; a fin de cuentas, hombres, también mujeres, egoístas,
narcisistas, prepotentes y malvados, existen desde que el mundo es mundo, en
todos los grupos sociales.
Es por otro motivo: el miedo terrible,
insuperable muchas veces, que las víctimas, sus familias y también las familias
y los próximos de los acosadores, maltratadores y pederastas, tienen a las
consecuencias de que se sepan los hechos, y sobre todo, a denunciarlos ante la policía
o en los juzgados.
Esta realidad, que puede parecer obvia, la
descubrí hace unos años cuando me
documenté para escribir Julia, mi
novela sobre el maltrato, e hice del miedo a las consecuencias, terribles, de
denunciar a un marido maltratador, la causa de su asesinato.
Una gran parte, la mayoría, de los abusos, los maltratos y la pederastia, afirman
los expertos, se producen dentro de las familias, la Iglesia es una familia,
que, para proteger al malvado padre, hijo o hermano, y mantener la “buena imagen” de la
familia, hacen callar a la mujer, al niño o a la niña víctimas de los abusos o el maltrato.
Otra gran parte de los abusos y el maltrato, se cometen en el
trabajo, donde los jefes hombres, también mujeres, hacen sufrir a quienes intentan
seducir, o seducidas ya, torturan y maltratan a sus víctimas. En este caso las
afectadas callan por miedo, sobre todo a perder el trabajo; los compañeros,
cuando se enteran, tampoco lo denuncian, incluso llegan a culpar a la víctima,
por temor al maltratador o a las consecuencias de denunciarlo; y los superiores,
para guardar el prestigio de la organización, su propio prestigio, también guardan
silencio.
Y, para colmo, cuando el abuso se produce en un lugar público, en una discoteca,
incluso en la calle, hay quien lo ve, o se entera que se está produciendo, ríe “la
gracia” y echa la culpa a la chica, por “ligera”, “provocadora” o “golfa”.
Volviendo ahora al caso del señor
Errejón, ¡nunca jamás debería volver a entrar en el aula de una universidad!, la realidad, la
absoluta realidad, es que sus víctimas, sus colaboradores, sus jefes, si los
tenía, del partido, todos miembros de esa clase “éticamente superior” que ellos
afirman es la izquierda, y quienes supieran lo que estaba haciendo, por miedo,
por puro miedo, han callado.
No digo que no pueda haber casos, seguro
que los hay, dentro de otras formaciones de izquierdas de derechas o neutras,
pero lo que sí está claro es quienes han callado los crímenes, son crímenes, del
señor Errejón deben pagar por haberlos encubierto y, esto es lo más importante,
porque en estos tiempos sigue siendo absoluta verdad que “el miedo guarda la
viña”, sirva de ejemplo para que otros no hagan lo mismo, y denunciando los
abusos, la pederastia o el maltrato, eviten que se produzca, o al menos se atenúe,
la extensión del mal.
2 comentarios:
Sí me gustaría comentar este artículo. Lo quisiera decir es que te refieres (a propósito del "caso Errejón") a los casos llamados en general, como de "abuso sexual". En mi opinión, todo se puede "resumir", -como verdadera gravedad-, lo que yo llamaría "abuso de poder". Nadie está exento de "ejercer" sobre alguien un "poder" (de "mando", de "conciencia", de "docencia", de "influencia", de "liderazgo", de "corrupción" etc,.... en fin, de todo tipo), como digo, "poder", que puede convertirse en "abuso" si no existe un "respeto moral" hacia el otro, sea quien sea, sin violentar su dignidad y su libertad (ser dueño de su propia "persona"). Todo ese "abuso", no es otra cosa que "corrupción". Ser abusador y/o corruptor se "denigra" a sí mismo; aparte de proporcionar no menores "calamidades" de todo tipo. La caída del "ídolo de barro", conllevará que se haga "añicos" (y muy difícil de reparar); sólo la "reconciliación" consigo mismo y con los demás (los "abusados"), podrían restablecer a la persona en su dignidad. (Leí tu novela "Julia", -de la que haces mención en el artículo- y no me quedó muy claro esa, -digamos-, "regeneración" (o "anagnórisis"). Muchas gracias por este artículo y "respeto" tu "indignación". Un abrazo, Jorge Dalda.
Tienes razón Jorge en lo que dices, y en lo que dices sobre la regeneración, si bien es cierto, yo no pensé en ella cuando escribí Julia ni tampoco en el caso real que ha dado lugar a esta entrada. Muchas gracias de nuevo, Jorge, por recordarme la importancia, la necesidad, del perdón para el agraviado y para el que agravia. Un muy fuerte abrazo
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