Es enorme el esfuerzo personal y económico que muchos jóvenes, normalmente los mejores de cada generación, realizan para completar su formación en el extranjero.
Luego de años en la universidad, pasado un tiempo de tanteo en los comienzos de su carrera profesional, haciendo acopio de valor y sacrificando mucho, se lanzan a la aventura de aprender mas para alcanzar el estado del arte, conocer otros mundos, y prepararse para un mejor futuro personal y profesional.
En general, se esfuerzan, pasan privaciones afectivas y también económicas, trabajan duro y aprenden mucho. Luego, pasados dos años y unos meses, con la convicción y el sentimiento de estar preparados, regresan a casa.
En algunos casos el retorno es sencillo, se reintegran en el ambiente, encuentran pronto un buen trabajo, y el tiempo en el extranjero es el recuerdo feliz de una experiencia valiosa que ya es parte del pasado.
Si embargo, para muchos jóvenes españoles, italianos, chilenos, argentinos y en no pocos casos puntuales, de otros países, el retorno es siempre muy difícil.
Al regresar encuentran que el valor social del título obtenido tiene un valor relativo, la pérdida de relaciones sociales en el tiempo de ausencia es un hecho cierto y la dificultad para encontrar un trabajo acorde con la propia valía es mucho mayor que la que hubieran tenido de no haberse dedicado a prepararse en el extranjero.
Además, al conocer otros modelos de convivencia, ven sus ciudades y sus gentes con un mayor espíritu crítico.
En pocos meses crece en ellos el desánimo y el sentimiento de impotencia. Aparece un fortísimo deseo de salir de su tierra, de comenzar en otra parte, de hacer realidad el deseo de fuga que crece en el insomnio de las noches.
Afortunadamente, la experiencia dice que en poco tiempo, no más de quince o veinte meses, el panorama se hace más claro, se encuentra trabajo, se cambia a otro mejor, se vislumbra el camino para recuperar el dinero no ganado anteriormente y, sobre todo, a tener claro que el esfuerzo de marchar al extranjero, vivir fuera y volver a casa ha valido la pena.
Siempre que ocurre esto siento una enorme alegría, un gran orgullo por ellos y crece mi esperanza.
Claro que no pocos de estos jóvenes, a lo largo del proceso de retorno, ven claro que sus países y sus gentes les ofrecen bastante menos y con más esfuerzo que lo que se puede tener en otras partes y vuelan, con su talento, por mucho, mucho tiempo, a otros lugares.
Luego vienen nuevos esfuerzos, grandes dolores y, como trabajan, saben, tiene valor y rabia, también en poco tiempo, quince o veinte meses, en el lugar que eligen siempre ganan.
Yo, cuando veo esto, lo comprendo muy bien, lo siento un poco, me alegro por ellos, me da pena por otros, crece mi orgullo y también mi esperanza.
Luego de años en la universidad, pasado un tiempo de tanteo en los comienzos de su carrera profesional, haciendo acopio de valor y sacrificando mucho, se lanzan a la aventura de aprender mas para alcanzar el estado del arte, conocer otros mundos, y prepararse para un mejor futuro personal y profesional.
En general, se esfuerzan, pasan privaciones afectivas y también económicas, trabajan duro y aprenden mucho. Luego, pasados dos años y unos meses, con la convicción y el sentimiento de estar preparados, regresan a casa.
En algunos casos el retorno es sencillo, se reintegran en el ambiente, encuentran pronto un buen trabajo, y el tiempo en el extranjero es el recuerdo feliz de una experiencia valiosa que ya es parte del pasado.
Si embargo, para muchos jóvenes españoles, italianos, chilenos, argentinos y en no pocos casos puntuales, de otros países, el retorno es siempre muy difícil.
Al regresar encuentran que el valor social del título obtenido tiene un valor relativo, la pérdida de relaciones sociales en el tiempo de ausencia es un hecho cierto y la dificultad para encontrar un trabajo acorde con la propia valía es mucho mayor que la que hubieran tenido de no haberse dedicado a prepararse en el extranjero.
Además, al conocer otros modelos de convivencia, ven sus ciudades y sus gentes con un mayor espíritu crítico.
En pocos meses crece en ellos el desánimo y el sentimiento de impotencia. Aparece un fortísimo deseo de salir de su tierra, de comenzar en otra parte, de hacer realidad el deseo de fuga que crece en el insomnio de las noches.
Afortunadamente, la experiencia dice que en poco tiempo, no más de quince o veinte meses, el panorama se hace más claro, se encuentra trabajo, se cambia a otro mejor, se vislumbra el camino para recuperar el dinero no ganado anteriormente y, sobre todo, a tener claro que el esfuerzo de marchar al extranjero, vivir fuera y volver a casa ha valido la pena.
Siempre que ocurre esto siento una enorme alegría, un gran orgullo por ellos y crece mi esperanza.
Claro que no pocos de estos jóvenes, a lo largo del proceso de retorno, ven claro que sus países y sus gentes les ofrecen bastante menos y con más esfuerzo que lo que se puede tener en otras partes y vuelan, con su talento, por mucho, mucho tiempo, a otros lugares.
Luego vienen nuevos esfuerzos, grandes dolores y, como trabajan, saben, tiene valor y rabia, también en poco tiempo, quince o veinte meses, en el lugar que eligen siempre ganan.
Yo, cuando veo esto, lo comprendo muy bien, lo siento un poco, me alegro por ellos, me da pena por otros, crece mi orgullo y también mi esperanza.
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