El entorno competitivo y la escasez de talento ha generado un cambio extremadamente interesante en la vida de las empresas: Contra lo que antes se consideraba un gran mal, ahora se acepta e incluso de priman los equipos unidos por relaciones afectivas, de amistad o familiar o de otros tipos.
Ahora, si el equipo obtiene resultados sus miembros puede vivir en la misma casa, tener hijos o vivir en casas distintas y compartir ocio y afectos el fin de semana y en vacaciones.
No están lejos los tiempos en que en muchas empresas se prohibía expresamente que trabajaran en ellas miembros de la misma familia y que se persiguiera con rigor cualquier relación afectiva que fuera más allá de la pura amistad.
Evidentemente, se consideraba que el valor que podrían genera los equipos de personas vinculadas por relaciones afectivas era bastante menor que los problemas que se podrían producir como consecuencia de la relación de la pareja entre los dos o con terceros.
Las mujeres sufrían con mayor intensidad el problema. Cuando se casaban eran las que tenían que cambiar de trabajo para dejar al marido “tranquilo” en su puesto. En organizaciones menos rígidas, el tema se resolvía poniendo distancia entre los miembros de la pareja, cada uno en un departamento o, si era posible, mejor en edificios bien separados.
Por supuesto esto no sucedía en las empresas familiares que optimizaban y sufrían todas las ventajas e inconvenientes de tener a sus directivos conviviendo, en días o meses o tiempos buenos y malos, las veinticuatro horas de del día todos los días de la semana. Claro que en algunas de estas tampoco se permitía la relación a quien no fuera parte de la familia.
Ahora una reflexión:
Es cierto que los equipos vinculados por relaciones afectivas pueden tener muy alto rendimiento, pero los riesgos son indudables, sobre todo por los muy posibles efectos negativos sobre terceros o, y esto es lo peor, en los casos en que la relación de amor pasa al desamor o al odio.
Los riesgos son tan grandes que es imprescindible, para la protección de todos, tomar algunas precauciones.
Acaso, la primera medida a implantar podría ser, como ya se hace en algunas organizaciones, establecer la obligación de comunicar formalmente a la dirección de la empresa o al departamento de recursos humanos, la existencia de la relación afectiva desde su nacimiento y , aunque esto acaso fuera mucho menos importante, que los implicados estuvieran también obligados a guardar algunas normas de comportamiento que atenuasen posibles efector negativos de su relación con terceros.
En cualquier caso es deseable que sigamos reflexionando sobre un tema que ya tiene peso, pero que en unos años será prioritario para asegurar la continuidad de los equipos y el talento de las personas en las organizaciones.
Ahora, si el equipo obtiene resultados sus miembros puede vivir en la misma casa, tener hijos o vivir en casas distintas y compartir ocio y afectos el fin de semana y en vacaciones.
No están lejos los tiempos en que en muchas empresas se prohibía expresamente que trabajaran en ellas miembros de la misma familia y que se persiguiera con rigor cualquier relación afectiva que fuera más allá de la pura amistad.
Evidentemente, se consideraba que el valor que podrían genera los equipos de personas vinculadas por relaciones afectivas era bastante menor que los problemas que se podrían producir como consecuencia de la relación de la pareja entre los dos o con terceros.
Las mujeres sufrían con mayor intensidad el problema. Cuando se casaban eran las que tenían que cambiar de trabajo para dejar al marido “tranquilo” en su puesto. En organizaciones menos rígidas, el tema se resolvía poniendo distancia entre los miembros de la pareja, cada uno en un departamento o, si era posible, mejor en edificios bien separados.
Por supuesto esto no sucedía en las empresas familiares que optimizaban y sufrían todas las ventajas e inconvenientes de tener a sus directivos conviviendo, en días o meses o tiempos buenos y malos, las veinticuatro horas de del día todos los días de la semana. Claro que en algunas de estas tampoco se permitía la relación a quien no fuera parte de la familia.
Ahora una reflexión:
Es cierto que los equipos vinculados por relaciones afectivas pueden tener muy alto rendimiento, pero los riesgos son indudables, sobre todo por los muy posibles efectos negativos sobre terceros o, y esto es lo peor, en los casos en que la relación de amor pasa al desamor o al odio.
Los riesgos son tan grandes que es imprescindible, para la protección de todos, tomar algunas precauciones.
Acaso, la primera medida a implantar podría ser, como ya se hace en algunas organizaciones, establecer la obligación de comunicar formalmente a la dirección de la empresa o al departamento de recursos humanos, la existencia de la relación afectiva desde su nacimiento y , aunque esto acaso fuera mucho menos importante, que los implicados estuvieran también obligados a guardar algunas normas de comportamiento que atenuasen posibles efector negativos de su relación con terceros.
En cualquier caso es deseable que sigamos reflexionando sobre un tema que ya tiene peso, pero que en unos años será prioritario para asegurar la continuidad de los equipos y el talento de las personas en las organizaciones.
1 comentario:
Afortunadamente, en España la posición general ha sido bastante liberal en estos asuntos.
Será porque, como decía Umbral, "este es un país de cachondos que ponen una vela a la virgen y otra a la meretriz de la esquina" pero recuerdo haber trabajado en una empresa donde estaban prohibidas las relaciones entre miembros de la misma.
Lo cierto es que es poner puertas al campo porque, en un entorno donde un equipo de trabajo podía estar semanas, cuando no meses, viviendo en un hotel, desayunando juntos, trabajando juntos, comiendo juntos y cenando juntos ¿qué tiene de extraño que algunos también acabasen acostándose juntos?
Claro que una empresa muy internacional pero pasada por el filtro español podría dar lugar fácilmente a que el vigilante del estricto cumplimiento de la prohibición tuviera un lío públicamente conocido durante años con su secretaria.
Creo que, en estos tiempos, ésa es una de las pocas cosas por las que vale la pena ser latino en vez de sajón.
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