Como consecuencia de los atentados del día 13 en París y de sus
trágicas secuelas corren entren los ciudadanos europeos vientos de
guerra.
Todos nosotros hemos recibido, casi sin sorpresa, de boca de
nuestras autoridades, la noticia de que estamos en guerra y que somos el blanco
potencial de nuevos y próximos ataques del yihadismo
islámico.
Hemos tenido noticia de los ataques de aviones franceses y rusos a
posiciones militares del IS en Siria y, nosotros, las hemos dado por buenas casi por
unanimidad.
Ayer, las reacciones entre los
ciudadanos europeos ante la
supresión de los partidos de fútbol programados en Alemania y en Bélgica y el ambiente vivido en
el celebrado de Londres entre las selecciones de Francia e Inglaterra han
estado cargadas de emoción y hoy, en parte, nos ha asustado y en parte tranquilizado la noticia de que las acciones de la policía francesa para localizar y detener a otros terroristas, aunque
con muertos, han tenido éxito.
Además, las duras palabras de los políticos y el pensamiento de los ciudadanos, que se reflejan en los medios de comunicación
y que cada uno de nosotros palpa en las calles y en los hogares, muestran una
idea dominante: ellos son monstruos y
hay que destruirlos antes de que ellos lo hagan con nosotros.
Claro que, al mismo tiempo, estamos viendo y sintiendo
también la preocupación y el miedo entre
la población musulmana que vive entre nosotros y que se siente observada y,
acaso, amenazada, por las posibles reacciones de sus vecinos.
Es evidente, por otra parte, que los musulmanes que viven en
Europa, salvo una muy pequeña minoría, que comprende, justifica o apoya la
guerra santa o la sharía y protege a los
terroristas, son gentes pacíficas que detestan la violencia de igual forma o más aún que el resto de sus conciudadanos.
Sin embargo, en este ambiente casi de emoción bélica, pienso que
aún apoyando la guerra, tengamos presente que nada se puede ganar
y se perderá mucho si, entre
todos, no conseguimos controlare las emociones y evitamos nuestra propia
radicalización y la de la mayoría de los musulmanes que viven entre nosotros y
que, por ahora, son “nosotros”.
No es sencillo, pero, ¿queremos ver en Europa, al igual que los
hubo en Estados Unidos en los años 40 para encerrar en ellos a ciudadanos
norteamericanos siendo del todo inocentes y solo porque habían nacido en Japón,
campos de concentración, ahora para meter en ellos a españoles, franceses,
belgas u holandeses solo porque rezan a Alá?
¿Queremos cambiar nuestro
espíritu de tolerancia y libertad para vivir en el fanatismo más radical?
Si es así solo tenemos que aplicar,
todas seguidas, unas pocas ideas cuyas semillas ya están sembradas en nuestro cerebro:
· Yo soy español,
francés, europeo, cristiano, honesto y ciudadano (yo soy español, francés, europeo,
musulmán, honesto y ciudadano) y ellos son
distintos, son musulmanes, deshonestos, desagradecidos y traidores (ellos son cristianos, deshonestos,
injustos y traidores). En suma, nosotros somos una cosa y ellos otra.
· Ante un
nuevo atentado, ante una redada policial, ante una mala palabra, surge en nuestro
pensamiento, día a día con mayor fuerza, una idea: todos ellos son iguales.
· Ellos, todos ellos son iguales y nos están atacando, nos están persiguiendo, en
realidad ellos nos están matando.
· Nosotros,
que sufrimos lo que ellos nos hacen somos buenos y ellos son malos, nosotros somos
santos y ellos demonios.
· Hemos sufrido y seguimos sufriendo tanto que no podemos aguantarlo, tenemos
que defendernos, tenemos que vengarnos.
·
Y claro, la venganza se hace matando…
Sí, estamos en guerra en ambiente se hace bélico, pero ¡cuidado!, no olvidemos que somos europeos, que somos justos,
que somos humanos y no podemos permitirnos
que entre nosotros crezca el fanatismo y el ansía de matarnos.
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