Ayer, 13 de noviembre, con seis atentados, el Estado Islámico,
mató al menos a 127 personas e hirió a
más de 300; muchos de los heridos pasarán a engrosar la lista de los muertos y muchas otras no se recuperarán nunca
de las secuelas de las heridas. Además, con estos atentados, se ha impedido venir a la vida, se ha matado,
al inmenso cúmulo personas que hubieran
nacido si sus padres, ayer vivos, no
hubieran muerto.
Además, varios miles de personas sufrirán durante años la ausencia de los
muertos y las consecuencias de todo tipo que padecerán sus familiares heridos.
Millones de personas en Francia y en toda Europa permanecen hoy encerradas
en sus casas horrorizadas por lo sucedido
y atemorizadas ante la posibilidad de sufrir represalias de las autoridades o, lo que es peor, de sus vecinos, por
profesar la religión de Mahoma o, aunque no siendo creyentes, han nacido, ellos o sus padres, en la religión del
Profeta.
Los atentados fueron cometidos por ocho hombres, al parecer
franceses, terroristas suicidas, fanáticos yihaidistas, que sacrificado sus vidas (a cambio del Cielo), han dado una victoria al Estado Islámico en su
guerra contra Occidente.
El Presidente Hollande, horrorizado, como todo el mundo, por los atentados de ayer, ha dicho que “los
atentados son un acto de guerra”, lo que en román paladino quiere decir que
estamos en guerra.
Creo que todos los gobernantes de occidente y la mayor parte de
los de oriente, incluidos los de países en que la religión de sus pueblos es el
Islam, hoy han mostrado su espanto, han hablado en contra de los atentados, han
afirmado que estamos en guerra contra el
IS y el islamismo radical y que hay que luchar para vencer al terrorismo.
Yo, como la casi totalidad de los ciudadanos europeos y de la
mayor parte de los ciudadanos del mundo,
ahora me pongo a pensar y me digo: sí,
estamos en guerra, pero, ¿quiénes estamos en guerra y contra quién es
la guerra?
La respuesta no es sencilla, como en todos los temas complejos y
especialmente en los dolorosas, las personas, para defendernos y sobre todo
para tener un mínimo de seguridad, necesitamos saber quiénes somos nosotros y a
quién tenemos enfrente, por ello nos agarramos apasionadamente al color blanco
o al negro, sin tener en cuenta que la realidad está llena, como en este caso,
de muchos grises.
Trataré de expresar mi
pensamiento:
¿QUIENES SOMOS NOSOTROS?
Está claro que nosotros somos los españoles, los franceses, el
resto de los europeos, los norteamericanos y acaso casi todos los ciudadanos de
los países occidentales. Pero ¿somos
nosotros todos los españoles, todos los franceses, todos los europeos y todos los occidentales? La respuesta es obvia: hay españoles, franceses
y otros occidentales que no son nosotros, que son o están con el enemigo.
Pero, debemos tener claro que si hay franceses, españoles o norteamericanos que no
son nosotros, no lo son porque sean
cristianos, judíos, musulmanes o ateos,
o porque hayan nacido en familias de una u otra religión, es porque se han convertido e incorporado a una secta islámica que ha hecho
una particular interpretación de la Sharía (Ley Islámica) y de Jihad (Guerra
Santa), su razón de ser y su motor de vida. Y debemos tener muy claro que solo es una pequeña minoría de quienes, viviendo en
occidente y profesando la religión musulmana la que se ha convertido
en fanática creyente del Islamismo
Radical.
Y, ¿acaso no somos nosotros, los martirizados y arruinados por los
atentados yihaidistas, egipcios, tunecinos, marroquíes, argelinos, sirios, turcos, nigerianos, Iraquíes, agfanos y los ciudadanos de otros muchos países en los que la religión
islámica es la profesada por la mayor parte de sus habitantes?
Por otro lado, está claro que los gobiernos de casi todos los
países occidentales y de muchos de los países de religión islámica están con
nosotros, somos nosotros, pero ¿están con nosotros o somos nosotros, los
gobiernos que construyen y mantienen en occidente mezquitas en las que se
enseña la Sharía y la obligación de la Jihad, o apoyan, más o menos a la vista
del mundo, a los talibanes agfanos, a los fundamentalistas del IS, o a los
bárbaros asesinos de cristianos en Nigeria?
En consecuencia con lo anterior, clarificar quienes somos nosotros
es la primera de nuestras necesidades, de no hacerlo podemos confundirnos y
expulsar de nuestro lado a quienes son nosotros, a quienes están con nosotros, creándonos nuevos
enemigos, o confiar en gobiernos o en gentes que aparentando amistad son también enemigos que esperan agazapados el momento de
matarnos.
Porque no lo tenemos claro, en toda Europa crece la animadversión
frente al inmigrante (especialísimamente frente al de religión o cultura
islámica): el principal partido holandés es anti inmigrantes; en Francia, el partido
de Le Pen sigue creciendo; Hungría y
Austria cierran sus fronteras a los refugiados; en Suiza, Italia,
Croacia y Alemania crece la repulsa contra quienes son, o consideramos,
distintos. Por supuesto, en España, es cada vez más frecuente escuchar a la
gente del pueblo hablar, con temor oculto y siempre despectivamente, de “las faldones” o “las pañuelos”, de sus
abusos y su prepotencia.
Es evidente
que hoy, como siempre que hay un atentado en occidente, los inmigrantes
extranjeros de religión islámica y sus hijos españoles o franceses, sufren en
sus carnes el miedo a las consecuencias
que pueden tener para ellos los atentados de los fanáticos que rezan, al igual
que ellos, a Ala y aman a su Profeta. Y, por supuesto, el miedo es muy malo
para mantener el sentido común y no empezar a pensar que acaso tengan razón los
que hacen barbaridades.
Y ¿CONTRA
QUIÉN ES LA GUERRA?
Parece
evidente que la guerra es contra el IS, contra Al Qaeda, contra los talibanes y contra quienes
forman parte de sus huestes allá donde se encuentren.
Ahora bien, el IS, Al Qaeda, los talibanes o sus huestes, son nombres, son colectivos, y hay que tener
en cuenta que los colectivos no matan, matan los hombres y las mujeres, incluso
los niños pueden matar, son seres humanos quienes han de empuñar el fusil,
explotar la bomba o apretar el botón para
enviar el misil. Y, en esta guerra el gran problema es que, salvo
excepciones, los combatientes yihaidistas, nuestros enemigos, se esconden entre
nosotros, en Cairo, en Rabat, en Kabul, en París, en Londres, en Barcelona, en Ceuta o en
Madrid, en Talayuela o en cualquier lugar de occidente.
Nuestra guerra es contra los
combatientes que atentan o pueden atentar contra nosotros en su guerra santa y
ciertamente, cuando los enemigos se esconden entre gente que por razón de familia, amistad,
admiración, religión, afecto o, esto es
importantísimo, miedo, es muy difícil, casi imposible encontrarlos antes de que
ataquen y, más a más, como son fanáticos que se suicidan cuando actúan, no es posible hacerles delatar
a quienes están con ellos.
Por ello, solo hay dos opciones
para descubrir y eliminar al enemigo: conseguir que no puedan ocultarse entre
la gente (porque esa gente los expulsa y
delata), o impedir que haya gente que
los oculte. Esto nos lleva a optar por uno entre uno de los dos caminos: comprender y ayudar, porque son
nosotros, a los inmigrantes de primera y segunda generación para que sean y se
sientan “nosotros”, o recurrir a la solución que puso en práctica en España, en
1613, el Rey Felipe III.
La verdad es que no me gustaría ver
en Europa el drama de una nueva y terrible
expulsión de los moriscos.
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