Porque me importa
lo que ocurre a mi alrededor y porque al ser viejo tengo tiempo, he dedicado el
día de ayer y la mañana de hoy a ver y oír, completo, el debate de la investidura
del señor Feijóo, el ganador de las Elecciones Generales del pasado julio en las
Cortes Generales.
Y, la verdad, escuchando
con atención las palabras de los señores diputados en el debate he entendido
las posiciones de los distintos partidos políticos que
han intervenido, todos salvo el PSOE, en el debate, y apreciado la pasión con que cada uno de ellos ha
defendido sus ideas y manifestado su apoyo o repulsa a la investidura del señor
Feijóo.
El resultado
del debate lo confirmaremos el viernes, cuando los diputados voten por
segunda vez, la primera ha sido hoy, la investidura, está cantado: el
candidato no será investido y no será, al menos por ahora, presidente del gobierno
del Reino de España.
Pero no, aunque
podría hablar muy largo de las bondades del discurso y de los proyectos del señor Feijóo, y de
lo mucho que me desagradan las ideas y propuestas de quienes, porque prefieren
al doctor Sánchez, no lo han votado, no lo haré; todo el mundo tiene
hoy acceso en Internet a lo que ha sucedido en las Cortes Generales y a lo que
publicarán los medios de comunicación mañana y en los próximos días.
Y no hablaré de
todo ello porque llevo horas pensando en el, hoy callado, protagonista mudo del debate:
el doctor Sánchez. De ese hombre que ha sido y es capaz de, saltando todos los
límites, conseguir para sí los votos suficientes para seguir siendo presidente
del gobierno.
Hoy he visto
su imagen muchas veces, sentado en el lugar preferente que corresponde al presidente del gobierno en funciones. Sonriendo generoso ante las demandas de sus futuros socios en el
gobierno; impertérrito ante los ataques de sus adversarios y, siempre distante,
por encima de todos y displicente con cuanto se decía desde la tribuna del hemiciclo.
Y he sentido miedo,
mucho miedo: he visto la mirada y los
ademanes de un sicópata, de un gran narciso que cree, porque es superior a todos
y ser capaz de todo, que pasará a la historia como el más grande presidente, el
primer Rey de sangre roja, el inmenso Caudillo, el Salvador, el, el, Él.
Y luego, de
pronto me he dado cuenta del por qué de mi miedo, y no es por lo que pueda
hacer o no hacer del doctor Sánchez y no es porque pueda romper o no romper España,
no. Es porque el miedo es contagioso y este hombre me ha contagiado su propio miedo. Sí, rezuma miedo, un
miedo espantoso que, como el halo de un santo, envuelve su figura. Este hombre,
¡pobre!, no duerme, no vive, está aterrado; ¡me persiguen!, ¡hay tantos
peligros!, ¡hay tantos traidores!, ¡hay tantos asesinos! que pueden frustrar mi entrada en la historia.
Ahora, pasadas
horas, estoy tranquilo, pase lo que pase al aterrado doctor Sánchez, yo, porque
soy viejo, soy prescindible y soy libre, de verdad, de verdad, solo me puedo permitir tener miedo
a mis propios miedos.
Nota: la fotografía del doctor Sánchez es de hoy en las Cortes Generales y está tomada de Internet.
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