En los últimos días, al
contemplar, ya sin asombro, los pasos que, para acceder a la presidencia del
gobierno del Reino de España, está dando el doctor Sánchez, surgen ante mis
ojos, sin poder evitarlo, varios de los escenarios que, luego de aceptar como
posibles, me incitan a pensar, lleno de dudas, si tengo ante mis ojos el
prólogo una tragicomedia, una comedia de enredo o el preludio de una gran tragedia
nacional.
Imaginemos que, dentro de
unos meses, el nuevo gobierno del PSOE, presidido por el egregio doctor Sánchez,
desarrollando sus compromisos con todos los partidos progresistas, comunistas e
independistas, usando su poder e influencia en el Tribunal Constitucional y apoyado
por fieles medios de comunicación, aprueba en el Congreso de los Diputados una
Ley que, interpretando, a su modo, la Constitución de 1978, que, además de otorgar
de facto la independencia, como naciones cuasi, o del todo, soberanas, de Cataluña, del País Vasco y de Galicia; abre
el camino para, en el corto plazo, sustituir al Rey de España por un Presidente
de la III República Española.
Y no, no me digan que esto
es imposible porque el doctor Sánchez nunca estaría dispuesto a perder los votos
de catalanes y vascos que le conceden la mayoría suficiente para ser elegido
presidente del gobierno de España. No, la nueva ley permitiría que los
habitantes de las nuevas naciones, reunidas en algo así como una confederación,
manteniendo la nacionalidad española, siguieran votando, indefinidamente, en
las elecciones generales de “toda España”.
Y aquí los escenarios de
los que, a partir de la aprobación de la nueva ley, antes hablaba: el primero, un
triunfo feliz de los separatistas, mucha alegría de “los progres”, un inmenso
griterío de “los fachas”, y nada, todos felices y nada de nada. El segundo, un
lío morrocotudo, manifestaciones, huelgas, disturbios, estado de excepción, y
hasta el tiranicidio, que termina en uno de esos baños de sangre que tanto
parecen gustarnos a los españoles. El tercero, el Rey no asume la nueva ley, usa
los escasos restos de su poder, el doctor Sánchez se asusta, se convocan
elecciones, y, al final, todo resulta una tormenta en un vaso de agua.
Imagino, aunque es
imposible acertar el futuro, que de esos tres escenarios el más probable es el
primero, es “el menos malo” y, si podemos seguir viviendo bien, ¡qué más da!, primum
vivere, deinde philosofare. El segundo, ¡Dios no lo quiera!, tal como somos hoy,
porque no queremos arriesgar lo mucho que tenemos, parece muy improbable. El
tercero, puede ser que, el Rey, a su pesar, y aunque solo para descartarlo, lo
esté contemplando.
Y, porque, no puedo
evitarlo y mi imaginación no deja de enriquecer, cada día con más
detalles, cada uno de los escenarios, y porque el segundo es el punto de partida
de mi novela Retorno a lo imposible, la reconstrucción del imperio, estoy
trabajando ya en novelar el primero, en una farsa, Del dinero y del amor en la
taifa de Madrid y el tercero, en un drama, El dilema de don Felipe.
Nota: la imagen que ilustra esta entrada está tomada de Internet
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