Para darme ánimos, en el mal de muchos buscar
consuelo, y porque ha llegado el momento,
hoy explico mis dolores, comparto mi pesadumbre y me quejo a gritos por lo que, sin miramiento alguno, me están, nos están haciendo.
Semana tras semana,
todas las semanas, aunque procuro no enterarme, (¡papá: es que tú no te enteras de nada!, me llevo graves disgustos.
Día tras día, todos los
días, como caricias, dulces voces
maternales, susurrantes de gratas palabras me llenan los oídos, te vamos a bajar
los impuestos, y, ¡Ah desgracia!, cuando
despierto, recuerdo, ¡maldita sea!, que
son, otra vez, los mismos sueños.
Hora tras hora, a todas
horas, voces en la radio, en televisión, en Internet, en todos los medios y,
hasta en los labios de mi mujer, me colman de noticias gratas: ¡Te amo!, ¡te quiero!, ¡te cuidamos!,
¡te protegemos! Pero, al hacerse el
silencio, pienso: ¡Oh dolor, qué ensoñación la mía! ¡Cuán amarga resulta tanta falsía!, era falso, me bajan los impuestos.
Y ahora, ¡magna
sorpresa!, en mi purgante retablo de
dolores, un bello esplendor, ¿un
espejismo quizá?, calma mis coléricos calores y helados fríos y me llena de
esperanzas: Hay gentes, mentes preclaras
que, para que con sus dineros no les
cuide nadie, porque están hartas de que les expolien a base de impuestos, han
sacado valor y se han marchado a vivir fuera de España.
Estoy hasta la coronilla
de que desde todas partes, en España, unos señores que dicen protegernos, contándonos
cuentos, cual señores feudales, no dejan de ponernos y subir, cada vez más, los impuestos.
Por eso, todos los días,
cada vez que me entero, me llevo un disgusto y estoy espantado porque en
cualquier momento, saturado por los berrinches, me aproximo al peor de los soponcios, mientras lleno de envidia, sueño lo que debe ser eso de poder uno, con la mayor
de las calmas, decirse: ¡Yo no les pago sus crueles e injustos impuestos!
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