Ayer, martes 17 de marzo,
no podía más, necesitaba salir de casa. Por ello, luego de pensarlo mucho y de pedir permiso en
una reunión específica en el WhatsApp (mis hijas me debieron ver tan angustiando
que, aunque se resistieron mucho, al
final me lo dieron), cubierto con el sombrero verde, enmascarado, cual bandido
del Oeste con un pañuelo blanco y el
carro de la compra, a las cuatro de la tarde, recorrí gozoso los doscientos metros
que separan mi casa del supercor. Supongo que por llevar cubierto el rostro y,
por la emoción, creo que me brillaban mucho los ojos, los pocos clientes que pululaban por el supermercado, cuando me asomaba
a cualquier pasillo escapaban rápidamente y, para que comprase tranquilo, huían y me dejaban solo.
La verdad es que necesitar necesitar, salvo quizá un poco de leche
que no quedaba en mi despensa, necesitaba poco o nada pero, ante tantas facilidades,
¡qué maravilla!, porque solo tenía un carro, aunque estuve pensando en cómo llevarme a casa víveres para dos o tres años,
hube de conformarme con bastante: leche, seis botellas enormes; yogures,
chocolate y galletas para cuando vengan los nieto; algunas verduras, me olvidé
de la fruta; latas variadas y otras cosas de esas que el médico me ha instado a
no comer; bueno, la compra fue un gran placer. Más tarde, empujando un carro lleno a rebosar,
caminando despacio desanduve el camino para volver a casa.
¡Pues no he comprado tanto!,
me dije una vez colocados los víveres en la despensa, comuniqué lo que había
hecho a mis hijas y, reconfortado de todo pesar, me olvidé del tema y me puse a
pensar en una cosa.
Y sí, pensé: ¡qué horror lo mal que lo deben estar pasando,
encerradas en sus casas, tantas muy pequeñas, esas parejas que se quieren poco
y de palabra o de obra se maltratan! No pueden salir a la calle para no escuchar los improperios de
la otra parte, tampoco pueden pensar en
separarse ¿a dónde ir si no se puede salir de casa?; divorciarse por teléfono
podría ser, pero estamos en las mismas, para escapar del otro o de la otra, habría
que salir a la calle.
Y luego, trato de encontrar
ideas para, en mi mente, minimizar el
horror y la desesperación que se está fraguando a nuestro alrededor y que inevitablemente estallará
del todo cuando termine la pandemia.
Muy posiblemente, rezo para que así no sea, tenemos ante nosotros tanta o más tristeza, más angustia y más desesperación como había cuando,
nada más terminada la guerra yo, como la
mayor parte de los muertos por el coronavirus, era niño.
1 comentario:
Increíble!! Como conseguiste que que te permitieran salir?
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