Ayer, sobre las nueve de la noche, en los aledaños de la Estación de Chamartín, dos jóvenes, armados de cuchillos, bastante nerviosos, me pidieron que les entregase el maletín que llevaba en la mano, la cartera que tenía en el bolsillo, el reloj y el teléfono móvil.
Luego de una tranquila discusión pude convencerles de que los papeles que guardaba en el maletín para ellos carecían de valor, solo eran papeles, no llevaba reloj, el teléfono móvil me era necesario porque esperaba una llamada importante desde su país (el acento era inconfundible) y que de la cartera, demasiado usada para cualquiera, les podían ir bien los pocos euros que me quedaban luego de un largo día de gastar. Afortunadamente para ellos y para mi se quedaron veinte euros en papel y algunas monedas.
En el tira y afloja que tuvimos mientras cerrábamos el trato me confesaron que era su primer atraco, que no tenían trabajo, que no les gustaba hacerlo pero que todo estaba muy mal y que después de todo yo tenía aspecto de tener dinero y que tampoco me harían mucho mal al despojarme de un poco.
Como es natural empaticé con ellos. Empaticé mucho, tanto que si hubiera tenido más dinero se lo habría dado. Les pedí llamaran o que me dieran sus teléfonos para hablar con ellos despacio en mejor situación, pienso que no anotaron mi número ni me dieron los suyos por temor a represalias o, quizá, porque no estuve lo suficientemente hábil para ganarme su confianza, ahora lo siento mucho porque hasta es posible que se me hubiera ocurrido algo para ayudarles.
Luego, mientras caminaba hasta la casa de mi hija que vive cerca y durante muchas después, no he dejado de pensar en el drama que empiezan a vivir muchas personas cuando llega la crisis. Y, lo que es peor, estoy seguro de que dentro de unos meses estos hombres no podrán atender a las razones de nadie, la necesidad imperiosa y la desesperación por hacerse con dinero será tan fuerte que, si es preciso robaran y hasta matarán por conseguirlo. Eso está en la naturaleza humana y, la verdad es que me produce un dolor próximo al respeto.
Por eso, mi conclusión es sencilla, tenemos que pensar mucho, imaginar más todavía y trabajar duro para salir de esta crisis, para que nadie se vea obligado a robar o, en su desesperación, a matar. Y hemos de hacerlo ayudando en el camino a quien podamos, cada cual a su modo y como pueda, porque no se puede esperar, aunque no sea nuestra la culpa del problema, a que otros lo resuelvan.
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