El Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, cristiano convencido, se resiste a la santidad. No solo no está dispuesto a poner la otra mejilla cuando le dan una buena bofetada sino que cuando recibe la segunda tampoco lo hace, ni siquiera cuando recibe la tercera accede a volver a poner la mejilla sana. Realmente se resiste a más bofetadas, decididamente no quiere ser un santo.
Más aún, cuando quien parece ser un buen anticristiano convencido, a base de bofetadas, quiere hacerle un santo, implora por medio mundo para que el Presidente George W. Bush le invite a su casa, este se niega a hacerlo, no quiere que ni su familia, ni sus amigos, ni los trescientos millones de personas a las que representa vean cómo le insultan y le ponen la cara destrozada.
Realmente, está claro que el actual Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica no es un santo y se resiste a serlo. No quiere dar oportunidades a quien, cada vez que tiene ocasión, intenta partirle la cara.
Sin embargo, en mi opinión, a pesar de no ser un santo, el Presidente George W. Bush está próximo a la santidad.
Es verdad que no ha puesto la otra mejilla ninguna de las muchas veces que le han dado bofetadas, pero también es verdad que no ha maltratado, ni de obra ni de palabra, a su ofensor. Tampoco ha pedido a su familia, a sus amigos y a quienes le deben algo, que son muchos en el mundo, que den la espalda al hacedor de santos.
El Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush se ha limitado a no invitar a una fiesta, que hace en su casa, a un peligroso hacedor de santos que, seguro, cuando tiene la oportunidad le arrea un buen bofetón.
Yo pienso que el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush, ciertamente, aunque no es de un santo, está muy cerca de la verdadera santidad.
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