Después de la terrible guerra europea de 1914 – 1918 y los magníficos años 20, cuando sorprendió al mundo la Gran depresión de 1929, el terrible deterioro de la economía mundial, el desempleo, los problemas sociales, la pérdida de los valores, la crisis ideológica, el incremento de la delincuencia, los escándalos de todo tipo, el descrédito de las clase política y la desesperanza de la sociedad hicieron que, como a un clavo ardiendo, las clases medias y bajas de la sociedad europea se agarrasen a la esperanza que ofrecían el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano o el nacionalismo expansivo de Japón.
Debemos recordar que en Gran Bretaña, en Francia, en Rumania, en Croacia, en Portugal, en España y en casi la totalidad de Europa, los éxitos económicos y el pensamiento único de las dictaduras en Alemania e Italia eran profundamente admirados por sociedades convulsas y maltratadas, mal dirigidas y, sobre todo, carentes de esperanza.
En la Europa de los años treinta, no lo olvidemos, la fuerza de los movimientos de izquierdas, que apoyados en los éxitos, reales o aparentes de los comunistas soviéticos, intentaban la revolución, sirvieron también de impulso para que muchos europeos vieran en las dictaduras una solución para sus problemas personales y para los dramas sociales que asustaban a todos.
Entre tanto, los estadounidenses encerrados en sus propios problemas, con su presidente demócrata, trabajando mucho, sufriendo mucho, como pudieron, afortunadamente para todos, sin dictaduras, manteniendo los valores, con fe en su país y en la capacidad de sus habitantes, fueron salvando la situación, hasta que, al final, tuvieron que salvarnos a todos.
Hoy tenemos una situación económica dramática, sin un modelo teórico que permita vislumbrar salidas. Está presente un crecimiento terrible del desempleo. Hay en Europa una inmigración, poco o nada integrada, que puede ser objeto de racismo y xenofobia. Se anuncia el peligro de desórdenes públicos, se avisan huelgas que pueden convertirse en salvajes.
Los políticos pierde credibilidad, algunos mienten y otros hacen gala de carecer de escrúpulos. Los escándalos económicos son mal del día a día, la crisis de valores ha hecho perder las referencias, el sectarismo es creciente, las sociedades europeas están divididas, hay separatismos en muchos lugares y el terrorismo islámico puede golpear a todos.
Por cierto, a esto acompaña el que cada país, cada grupo de países está tratando de salvarse solo: El compre americano o el compre español, el trabajo británico para los británicos o la devolución de los emigrantes a sus pueblos son símbolos, como lo es la división de la sociedad en “buenos y malos”, siendo “nosotros” los buenos y los otros los malos, de la crisis de valores, y de la creencia, cada vez más extendida, de que el fin justifica los medios.
Estamos en un punto en el que el tan posible retomar el camino de la libertad, el trabajo, la tolerancia y el sentido común, como en el de enzarzarnos en el camino del desorden, la desconfianza y la desesperanza que pueden hacer renacer, de las que creíamos apagadas cenizas, los viejos y terribles fascismos.
Quiera Dios que ningún presidente demócrata tenga, otra vez, que medio engañar a su pueblo para volver a salvar a Europa.
Por cierto, yo pensaba que Herman Kahn era demasiado pesimista, pero me parece ahora que acaso era realmente un erudito que sabía muy bien lo que decía y que yo, como en tantas cosas, estaba muy equivocado.
1 comentario:
Hace unos días, uno de mis hijos me comentó que parecíamos estar de nuevo en los años treintas. Es terrible ver que es cierto y que puede ser aprovechado por cualquier líder para mover a las masas descontentas a donde quiera.
Ojalá no tengamos que pasar por otra guerra mundial y sí optemos por la libertad y la paz en convivencia y solidaridad, ojalá...
Publicar un comentario