Ayer, día 9 de abril de
2020, Jueves Santo, leí en el diario ABC dos noticias que me hirieron el alma
cual certeras puñaladas, decían así: La OMS avisa de que la tasa de mortalidad del Covid-19 será "10 veces superior " a la de la gripe, la primera y Faltan al menos "10.000 muertos" en las estadísticas del coronavirus en España,
la segunda.
Ello implica, por una
parte, que si la gripe “normal” mata cada año en España 6.000 personas, al
final va resultar que esta pandemia de coronavirus nos va a dejar 60.000, sí, sesenta mil muertos en España. Y por
otra, que, si al día de ayer teníamos oficialmente 15.238 muertos, si añadimos
los 10.000 que faltan, ya son algo más de 25.000, nos faltan todavía, ¡más y
más horror!, 35.000 personas.
Pero, aunque me suenan a
muchos, al no verlos (en los medios de comunicación solo aparecen números,
jamás un ataúd y menos aún, un muerto),
no tengo claro si los 15.000 de ayer, son,
de verdad muchos muertos; para saberlo he mirado lo que mide la Gran Vía de
Majadahonda, más o menos 500 metros, y
mira por dónde, si cada ataúd mide dos
metros de largo, puestos en una fila caben 250 muertos, lo que significa que
aún llenando toda la calle, no cabrían los 15.000 muertos…
¡Cuánto dolor! ¡Cuánto dolor!
¡Cuánto dolor!
Así, no me extraña nada
que el presidente y su gobierno, echando la culpa a otro juren solemnemente,
por todos sus muertos, que en esta terrible pandemia ellos
no han causado, por acción u omisión, ningún muerto. Es natural que, engañando
a otros, traten de engañarse a sí mismos; ¿podría alguien seguir viviendo si tuviera a su
conciencia gritándole cada noche que ha causado cientos o miles de muertos?
Claro que, aunque consiga
que su conciencia guarde silencio, aún
le queda mucho trabajo por hacer para
que millones de españoles olviden que el Doctor Sánchez, aún no queriendo, consiguió
que, sin despedirse de ellos, murieran solos en el hospital, sus padres o sus abuelos.
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